Presentación

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." Proverbio hindú

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca." Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

"Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer." Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) Rey de Aragón.

En este blog encontraréis reseñas, relatos, además de otras secciones de opinión, crítica, entrevistas, cine, artículos... Espero que os guste al igual de todo lo que vaya subiendo.
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sábado, 16 de noviembre de 2019

RESEÑA: El nenúfar y la araña.

EL NENÚFAR Y LA ARAÑA

Título: El nenúfar y la araña.

Autora: Claire Legendre (Niza, 1979) oscila desde su primer libro, Making-off (publicado cuando tenía dieciocho años), entre la novela negra y la autoficción (Viande, La méthode Stanislavski, L’écorchée vive, Photobiographies). Vivió en Roma (haciendo una residencia en Villa Médici, en el año 2000) y en Praga antes de establecerse en Quebec, donde desde 2011 imparte clases de creación literaria en la Universidad de Montreal. (Fuente: Editorial).


Editorial: Tránsito.

Idioma: francés.

Traductora: Laura Salas Rodríguez.

Sinopsis: El nenúfar y la araña es un relato literario y autobiográfico sobre cómo el miedo nos ata las manos. Explora los síntomas, las raíces y la génesis de la angustia, desde la más íntima hasta la más universal. En este libro profundo y ágil, elegante y salpicado de ironía, Claire Legendre  desmonta a lo largo de sus cortos capítulos —que son también fragmentos de vida— los mecanismos psicológicos, físicos y sociales asociados a la angustia que provoca la imposible necesidad de tener el control. (Fuente: Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Adictiva, introspectiva, cuya lectura se pasa volando, íntimo, psicológica, entre lo autobiográfico, el ensayo y algunos toques de terror, de alguna manera universal... Al igual que Claire Legendre, a una servidora le dan pavor las arañas. Desde bien pequeñita, desde que una comenzó a recorrer mi pierna, desde que el pasado verano le cayó del árbol a mi madre una enorme - os prometo que lo era - en el hombro mientras disfrutábamos de un día de apacible tranquilidad campestre en familia. Era blanca, gris, negra. No lo recuerdo bien. Pero no se me olvida el grito que pegué nada más verla. Se escuchó por toda la Sierra de Albarracín. Tampoco soporto las escaleras de caracol - lo cual es un problema siendo historiadora y una apasionada de los monumentos históricos - miedo que descubrí mientras subía las de la Torre del Miguelete (un campanario gótico de unos 207 escalones que forma parte del complejo catedralicio de la ciudad de Valencia). También me da miedo, en relación a las escaleras, esas en las que hay un hueco entre peldaño y peldaño. Soy como James Stewart en Vértigo - nunca antes se interpretó, rodó y visibilizó mejor la acrofobia en el séptimo arte - del gran Alfred Hitchcock. Bajo mis pies el suelo parece tan lejano que sólo de pensarlo tiemblo. Como aquella vez durante un viaje a Tarragona en el que tuve que recurrir al ascensor - cristalizado - para poder subir al último piso de la Torre del Pretor si quería ser testigo de las mejores vistas de la ciudad. Me dan miedo las polillas (sobre todo las que al desplegar sus alas son más grandes que la palma de tu propia mano), las agujas, quedarme ciega, quedarme sorda (de ahí que no me guste llevar el volumen de los cascos por encima de 10), la oscuridad (sobre todo cuando he tenido un mal día), la página en blanco (el terror de toda escritora), las montañas rusas (desde el Colosus de Port Aventura), no despertar de una pesadilla, sufrir un accidente de tráfico (de ahí mis reticencias a no sacarme el carnet de conducir al menos de momento),  los imprevistos, a los cambios (creo que mi mayor temor), la anarquía, ciertos políticos (en las pasadas elecciones a todos los de Vox), la desinformación, no saber qué camino escoger (y en eso sigo), trabajar en algo que odio, la desmemoria, que la gota colme finalmente el vaso... Parece fácil, pero os aseguro que me ha costado muchísimo escribir este párrafo, y es que hablar de nuestros miedos es difícil. Por eso, admiro la osadía y el atrevimiento con los que Claire Legendre, autora del libro que hoy tengo el placer de reseñar, ha escrito este libro. Un texto tan interesante como importante en los tiempos que corren. El nenúfar y la araña: literatura de lo hipocondriaco.

   Tal y como Irene Rodrigo comenta en su último video en su canal Léeme dedicado a la "autoficción", parece ser que no tenemos muy clara la definición de dicho género literario - tan de moda en estos tiempos - y menos aún las y los que se dedican a estudiarlo en profundidad. Cada uno tiene una opinión al respecto, cada cual más dispar a la anterior. Sin embargo, sí que debemos señalar algo que, coincidiendo con la presentadora y divulgadora literaria, hay que tener muy en cuenta. En primer lugar, como ya he comentado en más de una ocasión, vivimos en un mundo cada vez más de puertas para adentro, en donde nuestras preocupaciones han pasado de ser colectivas a ser personales. Ahora nos importa más lo que nos pasa, nuestras necesidades, nuestros deseos, nuestras opiniones - algo que la irrupción de las redes sociales ha ayudado a asentar -. En definitiva, que el yo y nadie más que yo, directa o indirectamente, ha pasado a ser el centro de todo. En segundo lugar, como los seres humanos somos cotillas por naturaleza, el toparnos con un libro en el que se nos venda la idea de que un porcentaje de lo que ocurre en el libro es verídico no puede ser más tentador. Sin embargo, hay que tener en cuenta, como señala Rodrigo, el pacto ambiguo que firmamos cuando accedemos a leer un texto de estas características. Una ambigüedad que reside en lo personal, en lo subjetivo, en lo que tu, como lector, otorgues más o menos credibilidad. Por eso, en una sociedad cada vez más introvertida y en la que son muchas las autoficciones que nos podemos encontrar en las estanterías de cualquier librería, es de agradecer que de vez en cuando nos demos de bruces con algún título que, sin dejar de ser autoficción, te saque de la zona de confort. Eso es precisamente lo que hace Claire Legendre con El nenúfar y la araña, ya que en esta ocasión estamos ante un libro que va más allá de lo autobiográfico al resaltar, entre todos los aspectos de su vida, una cuestión en concreto: los miedos. Aunque más bien tendríamos que estar hablando en clave sinonímica. Los temores, los pavores, los pánicos, los canguelos, los horrores, los terrores. Todo eso que hace que el cuerpo se detenga en seco, que no puedas evitar soltar un grito o simplemente que no seas capaz de reaccionar. Llevamos muchos de ellos en nuestro interior, como pequeños secretos, pero que en el momento de la verdad no sabemos disimular, contener, encerrar. ¿Y si ha llegado el momento, gracias a Legendre, de no avergonzarnos por ellos?

   Para que os hagáis una idea, El nenúfar y la araña entró en mi vida durante las vacaciones del pasado verano y aún sigo recordando algunos de sus pasajes e identificándome con algunas reflexiones que la autora vierte sobre el papel. Partiendo de un eje claramente cronológico, Legendre va contándonos su vida a través de lo que le da miedo. Desde la profecía de que morirá a los veintisiete años - para de este modo ingresar en la malograda lista de cantantes fallecidos a esa misma edad - para lo que se fue mentalizando desde que una gitana le leyese la mano en el patio del colegio cuando tenía nueve. Tenía claro que, llegados los veintisiete, moriría en un accidente de tráfico - ya que a esa edad la gente no fallecía por enfermedad, sino por cuestiones más fortuitas e inesperadas - y que para evitarlo, su amiga Lisa y ella se suicidarían saltando al vacío en un pedregoso acantilado, coincidiendo con el aniversario de la muerte de su idolatrado Jim Morrison. Pero eso no sucedió y entonces, al cumplir los veintisiete, Legendre se dio cuenta de que no existía ninguna fecha fija para morir, sino que cualquiera podría ser perfecta para que la parca irrumpiese y se la llevase definitivamente. Es entonces cuando la autora se explaya más y la narración, a pesar de su poso autobiográfico, se hace extrañamente trepidante, como si de una novela de misterio se tratase. Miedo a la enfermedad - de ahí el 50% del título del libro - al abandono, a que el amor se acabe, a volar, a las arañas, a hablar en público, a merecer todo lo malo, a ser juzgado sin justificación, y en definitiva, a vivir. Tras leer esto, parece que el lector esté ante una sucesión de excusas o de síntomas producto de una mente excesivamente hipocondríaca. Sin embargo, al contrario de lo que puede interpretarse como una simple enumeración de fobias, El nenúfar y la araña es una singularidad dentro del panorama editorial actual, atestado de yoismos sin fundamento. Una voz personalísima que desde las entrañas y la osadía, la autora se abre en canal ante el lector más exigente, ofreciendo un eslabón más dentro de la autoficción. Porque hay muchas formas de contar una vida, pero hacerlo desde lo que menos nos gusta, confesando al mundo eso que te mantiene siempre en alerta, es una exposición muy pocas veces apreciada. Ahora bien, la decisión de lo que creamos cierto o no de lo que nos cuenta, compete sola y exclusivamente a quien se adentra entre sus páginas. El pacto, por tanto, continua siendo ambiguo.


   En última instancia queda por saber, a raíz de la concienzuda lectura de este libro, si alguna vez, si en un futuro el miedo podrá ser erradicado. O al menos paliarlo. Ya existen, como comenta la propia autora, tratamientos contra los síntomas (estrés, nauseas, taquicardias...) pero que, irremediablemente, no curan lo que produce dicha reacción. Eliminas lo visible pero no el origen, siempre oculto entre las capas de piel en nuestro inconsciente. Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que se nos inculcó que el miedo - como concepto abstracto y en todas sus manifestaciones - había que cortarlo de raíz, y que la mejor forma era enfrentarse a él. Simplemente. Sin medias tintas. Situarse a pocos pasos de él y sufrirlo para superarlo de una vez por todas. Como si fuera tan fácil. Como si la sociedad exigiese total inmunidad ante él. De este modo, y como habréis podido deducir, el miedo también sufre de los roles de género, al menos es lo que durante tantos años nos inculcaron tanto en casa como en la escuela. Las niñas debían ser temerosas, asustadizas, y de este modo ser el blanco perfecto de las bromas y las chanzas. Eso no estaba mal visto, se aceptaba. Otra cosa eran los chicos, a los cuales no se les permitía padecer alguna fobia o sentir pánico. No. Ellos debían ser incorruptibles, implacables y no temer a nada ni a nadie. Unos Chuck Norris en miniatura. Con esta educación es normal que las mujeres, muy a nuestro pesar, arrastremos más miedos de los que deberíamos y que los hombres, bajo su coraza de hierro, se esfuercen por mantener un rostro férreo e impenetrable. Afortunadamente cada vez se oyen menos esos comentarios que buscan perpetuar estereotipos. Parece que poco a poco nos vamos dando cuenta que el miedo no entiende de sexos, y lo más importante, tampoco de vergüenzas. Porque el miedo es algo natural, universal, y como tal no debemos ocultarlo cuando éste intenta salir al exterior. Hay que expulsarlo. Es en cierto modo terapéutico. Catárquico. Liberador.

El nenúfar y la araña: una historia de síntomas, tristeza, autobiografía, personalidad, sustos, angustias, terrores... Un libro al que acercarse con sigilo y devorarlo antes de que el ser arácnido se pose sobre vuestra cabeza.  

Frases o párrafos favoritos:

"Los fóbicos lo saben: la presencia de la araña en la habitación es mucho más odiosa que la araña en sí. (…). Porque si hay algo peor que el hecho de que te colonice una araña —o un tumor— es que te colonicen sin que tú lo sepas."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Editorial Tránsito

jueves, 11 de abril de 2019

RESEÑA: La memoria del aire.

LA MEMORIA DEL AIRE

Título: La memoria del aire.

Autora: Caroline Lamarche (Liège 1955). Novelista, poeta y autora de piezas para radio.A pesar de haber nacido en Bélgica, pasó su infancia y juventud en España y Francia. Tras viajar a África para enseñar francés e inglés, se instaló en Bruselas. Ha publicado recienteente con Gallimard Carnets d´une soumise de province (2004), Karl et Lola (2007), La Chienne de Naha (2012), La mémoire de l´air (2014) y Dans la maison un grand cerf (2017). (Fuente Editorial)


Editorial: Tránsito.

Idioma: francés.

Traductora: Raquel Vicedo.

Sinopsis: La memoria del aire comienza con un sueño. La narradora, la propia Caroline Lamarche, ve a una mujer muerta: es ella misma pero hace más de veinte años, «como si hubiese estado todo este tiempo muriendo». Este sueño abre una brecha hacia el pasado: desde entonces, cada día la narradora va a visitar a la muerta y conversa con ella. Los recuerdos afloran en forma de monólogo: su relación durante siete años con un hombre depresivo e iracundo, la crueldad de los juegos amorosos que vivió con él y, finalmente, la historia de cuando escuchó de otro hombre: "si lloras, te mato".En este relato autobiográfico, tan rotundo y estremecedor como onírico y poético, Lamarche ahonda en la vulnerabilidad de la infancia, en las relaciones de poder que forman la dependencia afectiva y, sobre todo, en esa violencia que nunca debería de ser consustancial al amor y que, sin embargo, tan a menudo lo es. (Fuente Editorial).

Su lectura me ha parecido:

   Intensa, necesaria, breve, precisa, con una sensibilidad poética admirable, reflexiva, descarnada, un ejercicio de autocomprensión... En tiempos en los que la gente corre más que nunca, en los que es difícil encontrar a alguien que mire los acontecimientos a través de los ojos y no de una pantalla, en los que existe una obligación de estar presente en el mundo, en los que debes de estar constantemente al día y en los que, en el terreno de la literatura, cada vez más libros llevan como complemento la etiqueta "fast"; existe esperanza. Nadie dijo que fuera fácil, y menos entre tanta portada atractiva e historia que te vende la idea de "tensión hasta el último párrafo". Pero todavía existen editoriales (valientes y kamikazes al mismo tiempo), que lejos de obedecer las doctrinas de nuestro tiempo tan cambiante, apuestan por la calidad, en otras palabras, por rozar con los dedos la piel de los lectores. Todas y todos conocemos esta clase de libros. Cuesta encontrarlos en la librerías, normalmente no se encuentran en sus grandes escaparates, sino en las abarrotadas estanterías, junto a otros títulos. El lector común no los encontrará, ya que, muy a nuestro pesar, sólo se detiene frente al expositor que con el que se topa nada más entrar por la puerta de cualquier templo literario. Entre ellas puede haber algún texto excelente, sí, pero para avanzar de nivel, para no llevarte autenticas decepciones, para encontrar joyas que de verdad merecen la pena; debes pasar de largo, dirigirte a la estantería y repasar los lomos de cada uno de los libros. Sé que es una tarea compleja, que una o uno puede perderse entre la inmensidad y que en ocasiones dicha tarea puede resultar desesperante. Como buscar una aguja en un pajar. Pero sólo así se descubren los tesoros, esas historias que relucen entre sus humildes envoltorios estéticos, esas que, probablemente, acaben alojándose en tu memoria nada más finalizar su lectura. Eso sí, una advertencia, requieren tiempo, una involucración que va más allá de la propia trama, una necesaria digestión y finalmente una conclusión a partir de las reflexiones suscitadas. Ese y no otro fue el camino que seguí, casi sin darme cuenta, con La memoria del aire de Caroline Lamarche, la segunda novela que la joven editorial Tránsito publicó hace ahora unos meses.

   A veces la humildad es el elemento más importante a la hora de editar libros. Esta bien querer aspirar a más y pretender asaltar los cielos en cuanto se atisbe la más mínima oportunidad. No obstante, también se puede alcanzar la gloria, y lo más importante, el corazón de los lectores a base de escoger buenas historias, ofrecer una impecable traducción y por último abrigarlas de ediciones que, aunque no llamen la atención a primera vista, basta con echarle un vistazo a su interior para saber que merece la pena. Eso mismo fue lo que me llamó la atención de Tránsito editorial y la razón por la que decidí leer y reseñar la presente novela. Su combinación de historias la mar de apetecibles (algunas de ellas consiguen entrarte por los ojos como ese suculento postre al que es imposible resistirse) y unas portadas cuya sencillez es un ejemplo para muchas otras editoriales del panorama literario actual. Monocromáticas y collages más sugerentes que reflexivos, los cuales incentivan al lector más despierto a imaginar su significado. En el caso de La memoria del aire, la portada en si no nos ofrece muchas pistas (a pesar de su originalidad), algo que por el contrario si ofrece su título.

   La crítica de La memoria del aire podría abordarse desde distintos puntos de vista, pues a pesar de su extraordinaria brevedad (cuando el lector llega al final se queda con ganas de más a pesar del largo y pedregoso camino que ha recorrido desde su inicio hasta la última palabra), deja un poso para poder referirse a ella de muchas formas. La memoria del aire podría considerarse, en primer lugar, como una novela personalista y centrada por tanto, en ese subjetivismo en la literatura del que ahora somos testigos y que ha ido en aumento en los último años. Esa novelización del "yo" no deja de ser sintomática de una sociedad en la que cada vez damos más importancia al individualismo, y por consiguiente, a todo lo que eso afecta. Nuestra felicidad, nuestra tristeza, nuestra opinión, nuestra preocupación, nuestra desdicha, nuestra fortaleza... Nuestra vida en general. Pero la "literatura del yo" no muestra una historia en la que la o el protagonista, con X conflicto interno, se relaciona con una serie de personajes secundarios, sino que debería ofrecer una exploración, lo más exhaustiva y profunda posible, de ese agujero en el interior del corazón, el estómago o la cabeza del protagonista de la historia. Lejos de caer en topicazos o temas excesivamente manidos, Lamarche sumerge al lector ya no en una exploración, sino en una búsqueda, en un viaje, en un tren que desciende hasta el germen de todo. Y lo encuentra, ¡vaya si lo encuentra!, en lo que hasta hace unos años estaría completamente invisibilizado: una traumática y tóxica relación de pareja.

   Es en este punto donde, además de una oda al subjetivismo bien construido y justificado, deberíamos estar hablando de novela con tintes claramente autobiográficos. No es un secreto que muchas escritoras y escritores se han basado en su propia vida para escribir algunas de sus novelas más famosas y que a la larga han resultado trascendentales. De una relación amorosa con tintes platónicos surgió la Divina Comedia, uno de los textos más importantes de la literatura universal y que Dante dedicó única y exclusivamente a Beatriz, su amor, su inspiración, su luz, capaz de hacerle recorrer el Infierno, atravesar el Purgatorio para finalmente ascender al Paraíso donde poder, al fin, reencontrarse con ella. No es este el caso de Caroline Lamarche en La memoria del aire, pues si de algo es memoria este libro es de las oscuras sombras de una relación (por fortuna finalizada) y el recuerdo amargo de ella una vez transcurrido el tiempo. Por medio de brevísimos retales, Lamarche nos disecciona los recovecos de un amor brutal, violento, en donde la protagonista sufre todo tipo de descréditos, golpes y puñaladas contra su propia autoestima. Dividida en dos partes, la autora no duda en hablarnos en primer lugar (desde un estilo preciso pero enormemente poético) de aquel hombre con la justa frialdad que requiere esta reflexión a posteriori para luego, en segundo lugar, retornar a un recuerdo traumático de su pasado que vuelve con fuerza a su vida a raíz de esta terrible situación sentimental. Su lectura, como ya apuntaba al principio de la presente reseña, necesita tiempo, dedicación, detenerse unos instantes tras leer un capítulo, uno de los muchos testimonios que la autora vierte sobre los ojos del lector. Pero también, por si fuera poco, La memoria del aire necesita reposo, el necesario para que, una vez asentada y digerida toda la información, éste consiga extender sobre la mesa (o sobre el teclado del ordenador, según se mire) esa huella imborrable y eterna. Personalmente, la experiencia de encontrarme por vez primera con Lamarche y su literatura ha sido de entendimiento, de comprensión, e incluso de compañía. Jamás me he visto en la situación que la autora belga narra con tanta vehemencia y delicadeza. Ojalá no conozca nunca esa clase de miedo, cuyo olor a muerte y terror de seguro conseguirían estremecerme. De lo que sí estoy segura, por desgracia, es en el hecho de que muchas mujeres pueden haberse identificado con su protagonista.

   El amor romántico mata, lo dice Lamarche, lo digo yo y lo dicen infinidad de intelectuales y voces anónimas a las que la historia, de seguro, algún día pondrá en su lugar. Y es que desde bien pequeñitas se nos ha metido en la cabeza la idea de que los príncipes azules existen de verdad y que somos nosotras las que debemos ser rescatadas de los dragones (o lo que es lo mismo, de cualquier adversidad que se nos presente en la vida). Sin embargo, todavía es más interesante ver como la propia Lamarche, en un ejercicio de autocrítica y reflexión más allá de que los ojos ven, bucea, se sumerge, consiguiendo llegar hasta los mismos cimientos de la construcción del patriarcado universal. Observa cada una de las patas que lo sostienen, deteniéndose especialmente en una, la que lleva por nombre "culpa femenina". Y es que Lamarche tiene razón cuando en La memoria del aire dice que gran parte de la desigualdad entre hombres y mujeres se ha construido a base de minar la autoestima de la mujer haciéndole creer que la culpa de todo es suya. Así como el instinto de supervivencia aflora en cada uno de nosotros en el caso de necesidad, el de culpa surge de manera innata en el sexo femenino como si fuera algo normal, cuando en realidad no lo es. Por no hablar de, en relación con esto último, la creencia de que el hombre es el único capaz de hacer entrar en razón a la mujer cuando ésta niega esa culpa. "La sociedad es cómplice del hombre", ese debería ser el nombre de otra de las patas que con firmeza han sujetado siglos de salvaje patriarcado. La normalización de la superioridad del varón en todos los aspectos de la vida confirma a la propia Lamarche lo que ya se temía, que es necesaria y urgente implantar una perspectiva de género en los principales resortes de defensa jurídica, sanitaria y policial para afrontar ciertos procesos en igualdad de condiciones. Algo que, si echamos un vistazo a nuestra actualidad más acuciante, está lejos de ser una realidad.

   El rojo es el color protagonista de la presente portada, así como el de la sangre y como el de la capa de Caperucita Roja. Libro que, por cierto, acaba de ser retirado de la biblioteca escolar de un colegio de Barcelona por considerarse sexista según una noticia de la que ayer se hicieron eco incontables medios de comunicación de este país. El machismo está presente en muchos libros infantiles (en parte porque fueron escritos en épocas pasadas en las que éste estaba a la orden del día y estaba más aceptado). Por tanto, es un error pensar que sólo por leer La cenicienta, La sirenita o Los tres cerditos las niñas y los niños van a adquirir automáticamente comportamientos machistas. Si algo me ha enseñado la lectura de Lamarche ha sido a que, sí, los referentes culturales pueden influir sobre los comportamientos de las futuras generaciones pero... ¿Un padre o una madre no lo son más? ¿No puede el niño llegar a desarrollar comportamientos machistas a partir de lo que observe en el entorno familiar? ¿Y si el problema, en realidad, no son tanto los libros como una educación doméstica sesgada entre niños y niñas? Creer en príncipes azules no es bueno, pero tampoco lo es asumir que a ti te toca fregar los platos mientras tu hermano se sienta a ver la tele.

La memoria del aire: una historia de desgarro, evidencias, denuncia, autocomprensión, reflexión, necesaria lectura y debate... Las profundas heridas del amor romántico.

Frases o párrafos favoritos:

"Querida muerta, mantén los ojos cerrados si quieres, pero abre bien las orejas: aquel a quien amé durante siete años no consideró necesario comunicarle a su madre que yo existía, que era, como él decía, la mujer de su vida (...) Sin embargo, este hombre, el hombre de antes, que a partir de ahora llamaré, por simplificar, Deantes, Deantes, pues había acabado de conocer a toda mi familia."

Cortesía de Editorial Tránsito