Presentación

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora." Proverbio hindú

"Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca." Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.

"Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer." Alfonso V el Magnánimo (1394-1458) Rey de Aragón.

En este blog encontraréis reseñas, relatos, además de otras secciones de opinión, crítica, entrevistas, cine, artículos... Espero que os guste al igual de todo lo que vaya subiendo.

viernes, 28 de diciembre de 2018

RESEÑA: El ala izquierda.

EL ALA IZQUIERDA

Título: El ala izquierda.

Autor: Mircea Cărtărescu (Bucarest 1956) es poeta, narrador, ensayista y conferenciante universitario. Doctor en Literatura Rumana por la Facultad de Letras de la Universidad de Bucarest goza de gran predicamento tanto dentro como fuera de las fronteras de Rumanía, siendo uno de los más importantes teóricos del posmodernismo rumano. De su obra poética, que cultivó a lo largo de toda la década de los ochenta, destaca El Levante (1990; Premio de la Unión de Escritores Rumanos). Cărtărescu dio el salto a la narrativa con el volumen de cuentos Nostalgia (1993; Premio de la Academia Rumana), que se abre con su célebre relato El Ruletista. Siguió Lulu (1994), novela tortuosa y genial que indaga en el misterio del doble, y que le valió el Premio ASPRO. Su proyecto Cegador (1996-2007), una críptica trilogía que adopta la forma de una mariposa. Recientemente ha publicado el volumen de cuentos Las Bellas Extranjeras (2010; Premio Euskadi de Plata de Narrativa), una sátira rayana en lo grotesco que narra secuencias de la vida literaria genuinamente rumanas pero también cosmopolitas, y que se ha convertido en un auténtico éxito de ventas en su país, así como El ojo castaño de nuestro amor (2012), un volumen de relatos autobiográficos que sirve como nexo para entender el conjunto de su obra. En 2015 publicó la monumental novela Solenoide, considerada su obra más madura hasta la fecha. Sus textos han sido traducidos al inglés, al italiano, al francés, al español, al polaco, al sueco, al búlgaro y al húngaro. Es el autor rumano más apreciado en el extranjero; en 2018 recibió el Premio Formentor de las Letras, uno de los galardones más prestigiosos del mundo literario, y algunos consideran que podría ser el primer escritor en lengua rumana en obtener el Premio Nobel de Literatura. (Fuente: Impedimenta)



Editorial: Impedimenta.

Idioma: rumano.

Traducción: Marian Ochoa de Uribe.

Sinopsis: El ala izquierda es el volumen que abre Cegador, la monumental trilogía en forma de mariposa considerada de modo unánime la obra maestra del escritor rumano Mircea Cărtărescu.  Circos errantes, agentes de la Securitate, gitanos adictos s la flor de la amapola, una oscura secta, la de los Conocedores, que controla todo lo invisible, un ejército de muertos vivientes y una hueste de ángeles bizantinos enviados para combatirlos, un iluminado albino que burla a la muerte, jazz underground en una Nueva Orleans soñada, la irrupción del comunismo en Rumanía... Un visceral ejercicio de autoexploración literaria sobre la naturaleza femenina y la madre, viaje ficticio a través de la geografía de la ciudad de Bucarest que se convierte en el escenario de una historia universal. (Sinopsis editorial)

Su lectura me ha parecido: densa, lenta, tediosa por momentos, hasta el punto de fantasear con su posible abandono, y sin embargo bella, espectacular, con unas descripciones que quitan el hipo, impresionante, bárbara, totalmente recomendable (aunque sólo para lectores experimentados)... Hace un tiempo, en una de las sesiones vespertinas de hasta, el momento, el único curso de escritura creativa al que he asistido, leímos un relato de Javier Marías. Y digo relato porque la profesora enfocó las clases en esa dirección, con el objetivo de que todas y todos los presentes asimilásemos las técnicas propias del relato corto en sus diferentes formas y géneros. Aunque a día de hoy no estoy totalmente segura de que aquello que leímos en voz alta se correspondía a un texto corto o al principio de una de sus novelas más famosas. Independientemente de su extensión y si se trataba de un cuento o no, el caso es que entre varias personas deslizamos nuestros ojos por la curva de sus palabras, palabras que no podían ser más pesadas en medio de una narración aún más pesada. Lo que contaba era una chorrada, lo más simple del mundo: un hombre casado que ve desde la ventana (o balcón, no recuerdo bien) a una mujer de blanco que lo llama por su nombre desde la calle y en medio de la oscuridad de la noche. Una historia así se podría haber contado desde diferentes puntos de vista y por supuesto, desde cualquier género. ¿Y si es su hermana, su madre o su novia de adolescencia? ¿Y si es producto de la imaginación del protagonista? ¿Y si esa mujer busca venganza? ¿Y si su encuentro propiciará un cataclismo? ¿Y si después de ese encuentro nada vuelve a ser igual? ¿Y si un simple intercambio de miradas revela algo más que una simple amistad? ¿Y si en realidad no fuese una mujer sino un androide? Cabían todas y cada una de las posibilidades. Sin embargo, Marías decidió contárnosla desde el realismo más puro, algo muy difícil pues corres el riesgo de que el lector acabe desesperándose ante la lentitud de la trama. Recuerdo que su lectura se me hizo eterna, hecho que, junto con sus casposos artículos, me ha hecho por ahora alejarme de la literatura del autor madrileño. Lo curioso es que en realidad el realismo me encanta, sobre todo el de ciertos autores y autoras del XIX, ilustra a la perfección como era esa época, además de la opinión del escritor sobre ciertos temas que en esa época tuvieron mucha repercusión o generaron infinidad de debates. Sin embargo, y a pesar de ello, tuve miedo, miedo de enfrentarme a algo de este calibre viniendo de una pluma del siglo XXI. Desconocía lo que me podía deparar y el ejemplo de Marías me aterraba, temía el momento de toparme con una literatura de ese calibre, actual y decimonónica al mismo tiempo. Entonces, y sin a penas preverlo, me lancé a la piscina, sin red, en contra de lo que muchos lectores me recomendaron. La curiosidad fue mi motor, el único para seros sincera, y el resultado fue un chapuzón en un mar de sentimientos encontrados, tan dispares, tan variopintos. Hay libros que ponen a prueba, uno de ellos, el que hoy tengo el placer de reseñar, hacen de esta profesión, la de la crítica literaria, todo un reto. El ala izquierda: el lector frente a la bestia, la geografía urbana y la mariposa.


La historia de como El ala izquierda (primera entrega de la trilogía literaria Cegador) llegó a mis manos fue totalmente inesperada. De hecho, no miento si os digo que leer a Cărtărescu no entraba dentro de mis planes de este año que ha entrado en tiempo de descuento. Desde que tuve noticia siempre me atrajo este escritor rumano, sobre todo El Ruletista, relato que había publicado hace unos años Impedimenta para más tarde incluirlo en el volumen Nostalgia. Sin embargo, esa atracción no era del todo intensa en un primer momento, pues en cuanto empecé a leer las reseñas de algunos de sus libros comencé a sentir miedo, pavor. Dichas críticas me hicieron creer que Mircea Cărtărescu pertenecía al siglo XX pero escribía como un escritor del XIX. Ese dato me alejó de la idea de leer al autor de Solenoide durante una buena temporada, a pesar, claro está, de que en todas y cada una de las breves reseñas sus autoras/es elevaban cada uno de sus libros en pedestales de oro y alabastro. Y por si fuera poco, a pesar de que soy una admiradora, en lo que a literatura se refiere, de algunas escritoras y escritores del XIX. Si hay un autor que desde siempre me ha dado respeto, hasta el punto de no querer ni asomarme a sus páginas por miedo a un colapso lector, ese es sin duda Marcel Proust. Los lectores puristas que veneran a los clásicos hasta límites insospechados seguramente habrán abandonado la lectura de esta reseña. ¿Cómo es posible que aún no me haya adentrado en la literatura del genio francés? La respuesta reside en el hecho de que desde siempre se ha identificado a su obra con calificativos como "pesado", "aburrido" o "tedioso". Los mismos que por ejemplo se le atribuyen al Ulisses de James Joyce y que a pesar de, éste sí, reposar sobre los estantes de mi biblioteca particular, tardaré muchos años en atreverme a con su lectura. Por aquel entonces, y ahora creo que de forma totalmente errónea, asociaba a Cărtărescu con Proust. Y eso que, repito, no había leído a ninguno de ellos. Los prejuicios en literatura son, y en eso vamos estar todos de acuerdo, horribles. Puedes haber leído estudios de la obra, artículos, comentarios, opiniones al respecto, pero no es igual. Hasta que no te lees el libro al que hacen referencia no vas a poder formularte una opinión al respecto. En definitiva, que durante unos años me poseyó el espíritu de Elisabeth Bennett y juzgué antes de conocerlo de verdad, antes de apreciarlo, antes si quiera de leerlo, de pegar la nariz sobre sus hojas, cosa que hice no hace mucho. Creo que en aquella ocasión me poseyó el espíritu aventurero de Phileas Fog. Se ve que necesitaba emociones fuertes en mi vida lectora, que estaba más abierta a lo que me echasen, que no me importaba ni el peligro, ni las curvas ni la posibilidad de acabar sucumbiendo a un más que previsible suplicio. Muchos seguidores de la blogsfera y de la multitudinaria comunidad llamada Instagram me aconsejaron de lo contrario, que no me metiera de lleno en una lectura como El ala izquierda, que me arrepentiría, que empezase con El Ruletista, que era una locura inciarse en la literatura del autor con la trilogía. Aunque también hubo quien de me deseó suerte, y os aseguro que su tono, al menos por escrito, parecía verídico, como si estuviese a punto de embarcarme en un viaje sin retorno. Como dijo una vez Alexis de Tocqueville: "La vida es para asumirla con valentía" así que el leerme un libro de 422 páginas de Mircea Cartaescu y teniendo en cuenta la fama que le precede, podría perfectamente considerarse como una proeza cargada de arrojo. A las pocas semanas, muy a mi pesar, comprendí todos aquellos comentarios, pues hubo partes de la novela en las que me quise hacer el harakiri. Sin embargo, y con perspectiva, hoy pienso que hice bien en descubrir a Cărtărescu con la trilogía Cegador, pues me ha abierto a un mundo de posibilidades dentro de la literatura que desconocía por completo, además de liberarme de ciertos prejuicios y reforzarme en la idea de que, en ocasiones, y sólo en ocasiones, la forma es más importante que el contenido.


En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que El ala izquierda (recordemos, primera parte de la trilogía Cegador) no es un libro para todos los gustos ni para todos los lectores. Quien esté acostumbrado a una literatura más sencilla, rápida y fácil de digerir; la novela de Cărtărescu se le hará bola. Para enfrentarse a su lectura hace falta un entrenamiento previo a base de buena literatura realista del XIX y de algunos novelistas del XX como Tom Woolf o William Faulkner entre otros. Con esto no quiero decir que no leáis esta novela en concreto, pero si que os atengáis a las consecuencias, que os familiaricéis con estos libros tan inmensos antes de adentraros en el abismo, pues en ocasiones, El ala izquierda se convierte en una especie de odisea entre lo sublime y lo perverso del ser humano llevado al extremo, a una retórica literaria nada fácil de digerir. No os lo voy a negar, su lectura me ha parecido pesada, tediosa, insoportable en ciertos tramos y extraordinariamente absorbente. De hecho, ahora que lo pienso, absorbente sería el adjetivo perfecto para este libro, ya que requiere de una implicación y de un trabajo por parte del lector pocas veces visto en la literatura. Otros libros, por no decir la inmensa mayoría, pasan por nuestras manos a la velocidad de la luz. Pueden habernos llegado más o menos, pero la cuestión es que el tiempo que le dedicas es mínimo, lo justo para entretenerte y seguir la historia a pies juntillas. Sin embargo, existen otra clase de libros, entre los que podemos encontrar a El ala izquierda y en general toda la literatura de Cărtărescu, que exigen un mayor rigor, seriedad, seguimiento y entrega. Algo que en el caso de esta novela es absoluta. Muy pocos son los lectores que lo soportan, pero también os digo que el esfuerzo merece la pena, porque entre página y página, El ala izquierda despliega una belleza narrativa absolutamente abrumadora. No voy a referirme a su lectura con el Síndrome de Sthendal, pero la de Cărtărescu ha rozado dicho calificativo. Especialmente memorable es el párrafo en el que el autor nos habla de esa mancha violácea en la piel de la madre del protagonista, esa imperfección vista como algo singular al describirla como una mariposa en su cadera izquierda. El subconsciente habla de nuevo en una novela plagada de memorables fragmentos, tan oníricos como realistas. En cuanto a su estructura, y según mi humilde opinión, Cărtărescu ha decidido, en un giro sorprendente de los acontecimientos, presentarnos su trilogía rindiendo homenaje a otro de los grandes de la literatura: Dante Alighieri. De este modo, El ala izquierda representaría el infierno, siguiendo esa escala ascendente que ideo dante en la Divina Comedia. Cărtărescu nos hace viajar a través de los orígenes en primer lugar para luego ir creciendo con el protagonista, sin despegarnos de su lado, siendo testigos de sus pensamientos y de lo que sus ojos observan. Hacer un resumen de El ala izquierda es complicadísimo dado la cantidad de situaciones y personajes que tienen lugar y aparecen en la novela. Podríamos decir que narra el viaje hacia el corazón del alma femenina con todas sus capas y complejidades, pero también la historia del protagonista en busca de la madurez (¿alter ego del propio Cărtărescu?), la de una ciudad como Bucarest de mediados de siglo XX, la de una madre y un hijo durante la Dictadura Comunista, la de una perpetua alucinación provocada por el consumo de drogas, la del movimiento cultural y literario en Rumanía o la de una extraña secta que amenaza con cambiar mentalidades en favor de oscuros propósitos (metáfora sin duda de la represión de toda dictadura)... Y si tenemos un problema para hablar de una trama, las dificultades para definir su estilo son notables. Esa fusión entre lo sobrenatural, lo espectral, la crítica política y lo cómico-costumbrista abrazan a quien se atreve, valientemente, a cabalgar sobre sus palabras. En definitiva y para ir cerrando este apartado, me gustaría deciros a modo de recapitulación que El ala izquierda es una lectura difícil, plagada de una belleza singular, un placer a los ojos del lector y con infinidad de lecturas a nivel de trama e intención. Pero mentiría si no dijera que, a pesar de su lentitud y sus páginas ausentes de diálogos, ya no soy la misma tras su lectura.


La literatura es mágica, evocadora, divertida, tierna y armoniosa. Pero también, la literatura es abstracción, caos, anarquía, libre y nada complaciente. Unas veces te acuna, te acuesta, te arropa y te da un beso de buenas noches antes de apagar la luz. Otras, por el contrario, te zarandea, te golpea, te viola, te traumatiza, te destroza por dentro, de deja ko en medio de una calle oscura y solitaria invadida por la oscuridad más terrorífica. Te hace reír a lágrima viva, pero también puede que esas lágrimas respondan a un estímulo menos cómico y más reflexivo o empático. Nadie conoce la fórmula perfecta para escribir una buena novela, ni siquiera los que creen tener la potestad de dar lecciones al respecto. Todos aprendemos, nadie nace enseñado, el problema viene cuando se peca de soberbia y una antepone su opinión al resto, despreciando o minusvalorando otras opciones igual de válidas. Cada texto literario es único en su especie, aunque a grandes rasgos podríamos hablar de dos tipos de historias: las que su contenido nos remueve las entrañas y las que su forma consigue pincharnos donde más nos duele. Las primeras son las más comunes, las que tienen un inicio, un nudo y un desenlace bien marcados y cuyo recurso para sorprender al lector parece residir en la propia trama, en la construcción de sus personajes (más o menos compleja) y en el objetivo que la autora o el autor quiera llevar a cabo en la novela en cuestión. Poco importa la forma, si esto se escribe así, si decides alterar la construcción de las frases, si no hay casi descripciones, si hay un exceso de diálogos; lo importante es el mensaje y su trascendencia a través de las acciones que construyen la narración. Uno de los ejemplos más puros que he leído y que podría perfectamente ajustarse a esa descripción es Blade Runner, o lo que es lo mismo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick. El título, como acabáis de comprobar es lo de menos, a pesar de que el primero fue el escogido para su adaptación cinematográfica, el envoltorio y sobre todo el ir directamente al meollo del asunto, de lo que se nos quiere contar es más importante que el cómo nos lo quieres contar. El resto, como bien sabéis, queda a la merced de la imaginación del lector. Las segundas, las que parecen preocuparse por la belleza del lenguaje, abundan menos. Tal vez nos hemos acostumbrado a consumir un tipo de literatura que, aunque excelente en su idea, no responden a esa necesidad estilística, a esa preocupación por la estructura, por los capítulos, por el vocabulario...En general este tipo de historias no cuentan nada que no se haya escrito ya, es más, la simpleza de sus tramas defraudaría al lector más exigente. Pero al revestirlas de personalidad literaria (no siempre barroca o pasada de rosca), consigues que la trama pase de simple a memorable en cuestión de páginas. En general estos autores son recordados por sus novelas, pero también por su forma de narrarlas, de expresarlas, de envolverlas, sumergiendo al lector en una experiencia totalmente inmersiva y que en ocasiones requiere un esfuerzo extra. Ejemplo de ello sería, por supuesto, El ala izquierda, capaz de trasladarnos a lugares extraños, a una trama difícilmente resumible a través de un estilo tan embriagador como arduo, como cuando escalas la ladera de una escarpada montaña. ¿Cuál de los dos es mejor? Ninguno, simplemente ambos modelos deben coexistir, por el bien de la literatura, pero sobre todo, por el bien de los que componemos el último eslabón de la industria editorial, los lectores. El ala izquierda: una historia de reflexión constante, madurez, infancia, maternidad, relaciones familiares, regímenes autoritarios, alucinaciones, geografía... El primer y memorable vuelo de una mariposa llamada vida. 

Frases o párrafos favoritos:

"El pasado lo es todo, el futuro no es nada, no existe otro sentido del tiempo.

Película/Canción: a falta de lo primero, os adjunto la canción que me ha acompañado durante la redacción de la presente reseña. Ecléctica, envolvente y misteriosa; como las alas de una mariposa.


¡Un saludo, a seguir leyendo y feliz navidad!

Cortesía de Impedimenta

jueves, 20 de diciembre de 2018

RESEÑA: Un poco menos que ángeles.

UN POCO MENOS QUE ÁNGELES

Título: Un poco menos que ángeles.

Autora: Barbara Pym (1913-1980) nació en Oswestry, Shropshire. Se licenció en literatura inglesa en St. Hilda´s College, en Oxford. En la Segunda Guerra Mundial prestó servicio en el Cuerpo Auxiliar Femenino de la Armada británica. Posteriormente trabajó en el Instituto Internacional Africano en Londres. A lo largo de su vida escribió varias novelas, entre las que destacamos Mujeres excelentes (1952), Jane y Prudence (1953), Un poco menos que ángeles (1955), Los hombres de Wilmet (1958), No Fond Return of Love (1961), Murió la dulce paloma (1978), A Few Green Leaves (1980). Tras su muerte en 1980, se publicó su diario, A Very Private Eye (1985). Junto a Elizabeth Taylor está considerada una de las escritoras inglesas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. (Fuente: Gatopardo).


Editorial: Gatorpardo

Idioma: inglés.

Traductora: Irene Oliva Luque.

Sinopsis: esta novela narra la historia de los amores, trabajos y las esperanzas de un grupo de antropólogos. Catherine Oliphant es escritora y vive con el apuesto antropólogo Tom Mallow. Su relación se tambalea cuando él comienza a tontear con una estudiante, Deirdre Swan. Al enterarse, Catherine empieza a mostrarse interesada por el solitario antropólogo Alaric Lydgate. Al enredo amoroso se le añadirán los tejemanejes de los compañeros de Deirdre y la competitividad que existe entre ellos por ganar una prestigiosa beca de investigación. (Fuente: Gatopardo).

Su lectura me ha parecido: dulce, amable, irónica a más no poder, especialmente divertida, con un regusto austenita imposible de disimular... El año pasado, casi por estas mismas fechas, incluí en la ya tradicional lista de "mejores lecturas" a Mujeres excelentes. Una deliciosa novela escrita por la Barbara Pym, editada por Gatopardo Ediciones y que sin duda supuso un gran descubrimiento, además de la demostración de que el humor puede ser novelado, y si éste es inglés todavía más. Aquella fue una de las lecturas que me acompañó en los días previos a las vacaciones de verano y la disfruté tanto que no pude contenerme, llegando incluso a escribir personalmente a la editorial para felicitarles por el buen ojo que habían tenido al apostar por esta autora inglesa y su microcósmos particular, que no es otro que el de la Inglaterra de los años 50 y 60 del pasado siglo XX pero con aires de otra época, más lejana, igual de apasionante y que tuvo como protagonista a la gran Jane Austen.  Sobrevalorada para unos, pionera para otros, un ejemplo en el que deberíamos mirarnos todas las mujeres que aspiramos a convertimos en escritoras. La cuestión es que su literatura provocó la eclosión, siglos más tarde, de Barbara Pym, hoy en día considerada una de sus herederas en lo que a escritura se refiere que no dudó en pasar a cada uno de sus personajes por el filtro Austen para crear historias tan divertidas como inolvidables a pesar de su a edulcorada puesta en escena. Debido al gran éxito que supuso en España la traducción y publicación de Mujeres excelentes, la editorial siguió apostando por Pym. Desde entonces hasta ahora son tres las novelas de Pym que el lector puede adquirir en cualquier librería o biblioteca de barrio, aunque la editorial se está afanando por regalarnos un cuarto volumen en verano de 2019. Entre ellas, la que hoy tengo el placer de reseñar. Una novela que se encuentra en la misma línea de su novela mas conocida y que ha permitido reencontrarme con ese toque british que tanto echaba de menos. Un poco menos que ángeles: amor, celos, amistad y rivalidad académica con algún que otro problema burocrático de por medio.
                       

La historia de como esta novela acabó entre mis manos no hubiese sido posible, como ya habréis intuido en el primer párrafo, sin la irrupción de Mujeres excelentes en el verano de 2017. Como ya comenté en su momento no fue un libro que me llamase especialmente la atención, de hecho, el encontrarme tantas reseñas positivas me hizo sospechar, ir con pies de plomo, dirigirme a dicho libro con mucha cautela. La misma historia de siempre: libro que tanto los lectores como la crítica no duda en ponerlo por las nubes para luego, una vez te adentras en su lectura, pegarte el batacazo del siglo al descubrir que tampoco era para tanto. Eso me sucedió con Mujeres excelentes durante un tiempo, hasta que, y vencida por una insaciable curiosidad (pues en el fondo quería comprobar si todo aquellos maravillosos comentarios eran ciertos) decidí darle una oportunidad. La bofetada que sentí fue memorable, metafóricamente hablando, al igual que esa expresión de asombro. Se me cayó literalmente la cara de vergüenza y sólo me quedó confirmar a modo de reseña que Mujeres excelentes era todo eso y más. Incluso vi justa la comparación que algunas y algunos hacían respecto a Jane Austen, algo que con otras escritoras en concreto hubiese criticado, negado y hasta maldecido. Hacía tiempo que no me pasaba, que no encontraba justificadas las críticas, y es que la novela de Pym, además de estar bien escrita, te hacía pasar un buen rato, alegraba mi sesión de lectura, esperaba a que fuese de noche para retomarla y continuar por donde lo había dejado el día anterior. No es que a raíz de esto me volviese una fan absoluta de Barbara Pym, pues hay otros géneros y autoras que me llenan más, pero si de su estilo y de su forma de contarnos las relaciones de pareja de la Inglaterra de mediados de siglo XX, sacándole todo el partido que se merece a las situaciones completamente anodinas y que para otros autores no merecen ni siquiera un poco de atención. El recuerdo de Mujeres excelentes me acompañó durante mucho tiempo, aunque con el paso del tiempo éste se fue diluyendo, dejando hueco a otras lecturas que en aquellos momentos acaparaban toda mi atención. Sin embargo, a punto de empezar las vacaciones de verano, conocí la noticia de que Gatopardo iba a publicar Un poco menos que ángeles, algo que me hizo primero exclamar de alegría y afinar los oídos para enterarme te todo lo concerniente a este ejemplar al respecto. La única pega que le encontré fue su título, tan blandito, tan dulce, tan ñoño, como esa canción de ABBA que traducida al castellano viene a decir "creo en angelitos"... Tras hacerme con ella y resistirme durante unos meses a su lectura, pues pillé un momento en el que el terror acaparó gran parte de mis sesiones de mantita, sofá y libro, conseguí hacerme el ánimo. Una vez llegué a la última página saqué dos conclusiones bien claras: la primera, que seguía sin convencerme el título, y la segunda, que el regreso al universo de Barbara Pym no pudo ser mejor.

Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Un poco menos que ángeles presenta una lectura amena, ágil, a ratos un tanto previsible (uno de los pocos fallos, junto con el título, que ahora mismo me vienen a la cabeza), retorcida en cuanto al enredo (derivando hacia lo cómico), pero sobre todo, extraordinariamente divertida. No te partes la caja con sus ocurrencias, que las hay y a borbotones, pero si sonríes, sueltas una ligera risilla, no demasiado estridente (como si me sucedió con la lectura de Wilt de Thom Sharpe o con la última novela de Ian McEwan) o simplemente sonríes, tímidamente, como las mujeres de esta novela, algunas de ellas en las antípodas de lo que la sociedad quiere que sean. La historia es sencilla. Un poco menos que ángeles narra las peripecias de un grupo de personas: una escritora (protagonista absoluta de la novela), su marido (reputadísimo antropólogo), la amante de éste, la madre y la tía de ésta última, una bibliotecaria, su hermana, su otro hermano (un antropólogo de segunda e incapaz de escribir su propio libro con sus investigaciones) y dos estudiantes (de antropología, ¡como no!) obsesionados por conseguir una beca de investigación. Con esta amalgama de personajes, alejados de la construcción plana o de la excesiva caracterización, Barbara Pym construye una historia de líos, malentendidos, celos que matan con la mirada y situaciones absurdas en el marco de una pugna intelectual por ascender dentro de la compleja aristocracia universitaria. Nadie se salva de hacer mella en el lector que los conoce, en especial Catherine Oliphant (la escritora cuyo apellido es un claro homenaje a Margaret Oliphant, una de las escritoras de terror más famosas de la época victoriana), su arrogante compañero sentimental el antropólogo Tom Mallow (cuya única preocupación es el trabajo, ergo, sus investigaciones dentro del ámbito académico), las hermanas Mabel y Rhoda (cuyas diferencias de opinión respecto a ciertos temas arrancan más de una sonrisa en el lector), Alaryc (personaje frustrado, amargado, envidioso y que mantiene una constante lucha consigo mismo y con sus conocimientos que, sin embargo, de poco le sirven a la hora de la verdad) y los ambiciosos e intrépidos estudiantes Mark Penflod y Digby Fox (sin duda, el dúo dinámico de la novela). A parte de la genialidad de sus personajes, Un poco menos que ángeles destaca por sus sutiles y bien expuestas metáforas que, aunque no se nombren explícitamente, el lector las asimila hasta el punto de posibilitar una reflexión a partir de ellas. Una de las más clamorosas es el hecho de que Pym nos presente una novela en la que se abordan las diferentes relaciones sociales entre sujetos de marcada personalidad a la vez que nos introduce en los pormenores de los estudios de la antropología, ciencia que precisamente estudia los comportamientos humanos. Abordado desde lo indirecto y aderezado con un humor muy característico, elevan la nota de esta novela de aprobado a notable. Mención a parte merece, como ya comenté en su momento en relación a Mujeres extraordinarias, el humor, parecido, por no decir calcado al que empleaba Jane Austen en Emma, Orgullo y prejuicio o Lady Susan entre otras. No hay mejor arma que la ironía para evidenciar las equivocaciones del ser humano, Barbara Pym lo sabe bien y por eso no ha dudado en adoptarlo una y otra vez no sólo en ésta novela en concreto, también en la cuasi totalidad de su obra. La coralidad y la variedad de edades, trabajos, mentes más liberales o más cuadriculadas se entremezcla con una sutileza que, en última instancia y a modo de conclusión, reviste de profesionalidad a una novela en la que lo que nos parece a insignificante cobra un singular y divertido protagonismo.


“Yo no soy una de esas mujeres excelentes que pueden simplemente quedarse en casa, comerse un huevo cocido, prepararse una taza de té y estar espléndidas, pensó, ¡pero qué bien le vendría serlo!" . Con estas palabras Barabara Pym aglutina su razón de ser en el mundo de la literatura, su personalidad, su constante a lo largo y ancho de sus páginas. Nadie puede reprochar a Pym de haber creado unos personajes que, desde una apariencia conservadora y aparentemente rancia, brote un espíritu libre con el que nos gustaría toparnos más a menudo y no sólo en el terreno de la palabra escrita. Personajes como Catherine Oliphant, de quien nos podríamos tirar horas y horas hablando, cuya fortaleza y mayor virtud radica en una férrea independencia de los hombres. A pesar de vivir bajo en mismo techo con Tom Mallow, Catherine se reafirma en dos cuestiones. La primera, que ella jamás se comportaría como otras mujeres que conoce, mujeres excelentes (atento al descarado guiño de la autora a su novela más famosa) que se levantan por las mañanas temprano para preparar el desayuno a sus maridos o un té, como viene siendo una constante a lo largo de la novela (tan británicos). Esta acción cotidiana viene a decirnos, en otras palabras, que no está dispuesta a caer en las exigencias que por ser mujer está obligada a cumplir, y por supuesto, a pensar en ella antes que en el resto, antes que un hombre en definitiva. Y la segunda, la cuestión matrimonial. En el libro, Catherine y Tom viven juntos, bajo un mismo techo, son pareja pero sin un anillo de por medio. Algo que no les impide llevar una vida normal. Catherine lo tiene claro, no necesita el matrimonio para ser feliz ni para reafirmarse como mujer. De hecho, cuando los problemas empiezan a aparecer en la pareja, es ella la que toma las riendas de su vida, guiada por su innata independencia, convencida de sus posibilidades sin la necesidad de tener a un hombre a su lado. En este sentido, a diferencia de su idolatrada Jane Austen quien sí creía en el matrimonio y su importancia en la vida de toda mujer (no le podemos pedir mucho a una mujer que vivió en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX), Pym modela unos personajes femeninos que, en un mundo tan conservador y no tan alejado del universo austenita, consiguen sobreponerse sobre los estereotipos, los prejuicios y lo que se espera de ellas. A pesar de todo, las novelas de Pym en general lanzan un mensaje claro y contundente, el de que el mundo no necesita mujeres perfectas, atentas, dóciles, serviciales, sumisas, excelentes, dispuestas a preparar un aperitivo o una merienda copiosa o de obedecer a pies juntillas las órdenes del marido, padre o hijo de turno. En resumen, de dejar de ser ellas mismas. ¿Y si en realidad lo que la sociedad necesita son otro tipo de mujeres? Imperfectas, con personalidad, que se equivocan, que no se rigen por la corrección política, que luchan por sus sueños, que aspiran a comerse a bocados la vida sin que nadie se lo impida, con independencia, pasión y tesón. ¿Y si en realidad las mujeres excelentes son de verdad estas últimas? ¿Y si dejasen de ser un poco menos que ángeles? ¿Ángeles del hogar? ¿Ángeles protectores? ¿Y si hacemos que bajen a la tierra y se comporten como de verdad quieren ser? ¿No sería maravilloso? Un poco menos que ángeles: una historia de enredo, envidias académicas, antropología, emancipación femenina, grandes dosis humor irónico... Una novela perfecta para pasar un buen rato en compañía de una taza de Earl Grey.

Párrafos o frases favoritas:

"Pero seguro que había, o tenía que haber, alguna amiga íntima, alguna antigua compañera del colegio a quien pudiera recurrir. ¿Alguien que viviese en un piso compartido, que trajinara de acá para allá para prepararle unos huevos revueltos y café en un hornillo de gas y después se sentara con ella, dispuesta a escuchar sus confidencias?”

Película/Canción: a falta de una adaptación audiovisual, he decidido adjuntar la pieza de BSO que me ha acompañado a lo largo de la escritura de la presente reseña. Lo sé, pertenece a un western, pero en mi cabeza siempre la he asociado o bien al espíritu de Cantando bajo la lluvia o a la vida tranquila y apacible a las afueras de cualquier ciudad británica que tanto nos muestra la literatura. La imaginación no está reñida con la realidad.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Gatopardo Ediciones

jueves, 13 de diciembre de 2018

RESEÑA: Mathilda.

MATHILDA
Título: Mathilda.

Autora: Mary W. Shelley (1797-1851) narradora, escritora, ensayista y biógrafa británica. Hija de del filósofo político William Godwin y de la teórica feminista Mery Wollstonecraft, frecuentó los más selectos ámbitos culturales y literarios de la mano de su esposo el poeta Percy Bysshe Shelley. Su obra más importante sin duda, fue Frankenstein, nacida tras una apuesta entre Lord Byron, John William Polidori, Percy Shelley y la propia Mary durante las vacaciones del año 1816 en una mansión Cerca de Ginebra. Tras el fallecimiento de su esposo, se dedicó en cuerpo y en alma a la educación de su único hijo y a forjar su carrera como escritora, sin embargo, la última década de su vida estuvo dominada por enfermedades provablemente asociadas al tumor cerebral que acabaría con ella en el año 1851. Además de Frankenstein, Mary Shelley es autora de Mathilda, El útlimo Hombre o Falkner entre otros. (Fuente: Cátedra).


Editorial: Cátedra.

Idioma: inglés.

Traductor: Juan Antonio Molina Foix.

Sinopsis: Mathilda es un relato sin duda marcadamente biográfico, que cuenta el lado oscuro de la historia de la propia escritora, fiel a la teoría romántica de que el mejor modo fe expresar las pasiones es experimentándolas. Novela melancólica por antonomasia (lluvia, desesperación, sueños, muerte, pasiones, soledad en un brezal yermo) Mathilda explora la naturaleza del pesar, el poder del amor, la destrucción como consecuencia de desafiar a la naturaleza, el perverso poder del deseo. Eclipsada por Frankenstein, Mathilda tuvo que esperar ciento cuarenta años para ver la luz. (Fuente: Cátedra).

Su lectura me ha parecido: muy intensa, romántica (literariamente hablando por supuesto), apasionada, triste, terriblemente melancólica, devastadora, perturbadora a más no poder... Los monstruos existen. Y lo que es peor, nadie puede darles esquinazo, obviar su presencia o escapar apresuradamente de sus garras. Metafóricos o de carne y hueso, los monstruos habitan en todas partes, nos acompañan en nuestro día a día, en ese trayecto en autobús, en esa conversación de primera hora de la mañana, en ese paseo nocturno, en esa sala de espera en la consulta del médico, en ese momento en el que creemos estar a salvo de ellos, incluso en la soledad más abrumadora, ahí, escondidos tras las cortinas, acechan expectantes. Unos dejan cicatrices en la piel, otros por el contrario logran las más profundas, capaces de pinchar las arterias y vaciarlas de vitalidad. Los hay incansables, incombustibles, insaciables... Que aparecen cuando menos te los esperas y reptan por tus piernas hasta llegar al cerebro donde, una vez allí, comienzan a machacar  con fuerza las pocas zonas en las que todavía aún reside una pizca de cordura. Y como no, también están los que no admiten espera y te devoran nada más fijar sus ojos en ti. Rápida, instantánea, la más dolorosa que existe. Una autentica muerte en vida. En la literatura son muchos los monstruos, pero también los de la vida real, cuya brutalidad y maquiavelismo superan a toda clase de ficción. Es muy difícil, por no decir imposible, no toparse con alguno. Cerrar los ojos, respirar hondo y hacer como si nada no es la mejor de las soluciones, pues los monstruos no tienen porque ser entes materiales. Lo abstracto en ocasiones da más miedo que lo tangible, que lo que podemos oler, saborear o ver con nuestros propios ojos. En ocasiones no los vemos venir, o simplemente les restamos importancia. Sin embargo, cuando sobrevuelan nuestras cabezas, a punto de aplastarnos, entonces es cuando sentimos el nudo en el estómago y el tembleque en las piernas. Los monstruos existen. Y si no, que se lo pregunten a Mary Shelley. Autora de uno de los libros más sobrecogedores de todos los tiempos cuya icónica criatura ha acabado por enterrarla. Ironías del destino, la pobre Mary, cuyo carácter atormentado definió la totalidad de su producción literaria, siempre vivió rodeada de monstruos. Afortunadamente, y gracias a Cátedra, hoy podemos disfrutar de su talento más allá de Frankenstein, de Shelley, de Lord Byron, de Polidori... En definitiva, más allá de todos aquellos hombres. Mathilda: la esencia del romanticismo hecha novela.


Como no podía ser de otra manera, la primera vez que tuve contacto con la gran Mary Shelley fue gracias a Frankenstein. Sé que es un tópico, pero por desgracia es el único, pues, yo por lo menos no conozco a nadie que no se haya iniciado en la literatura de esta autora británica a través de otra novela que no haya sido Frankenstein. Aunque sinceramente, y estoy convencida de que no soy la única, el medio que me acercó a aquella historia, extraordinariamente adelantada a su tiempo y espacio, fue sin duda el cine. Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que vi Jovencito Frankenstein de Mel Brooks. Tan loca, tan desternillante, tan disparatada, tan icónica... Amé a Igor (interpretado por un sobresaliente Marty Feldman) y encontré interesante la construcción que Gene Wilder le dio a el famoso doctor Frankenstein, oscilando entre el surrealismo y lo perverso. Luego vino El espíritu de la colmena, donde la monstruosa criatura hace acto de presencia y tiene un papel muy importante en el desarrollo de la trama. Y por supuesto, tras estas películas (y a falta de ver la de versión de 1932, en la que Boris Karloff ofrece la interpretación más universal de la famosa criatura) vino la lectura del libro. Una tarea que comencé con cierto respeto hacia la historia y a su propia autora, pues por aquel entonces descubrí que Mary Shelley la había escrito con 18 años de edad (¡qué estoy haciendo con mi vida por dios!), pero que a medida que fui adentrándome en sus páginas comprendí por qué ésta había pasado a la historia. No es una novela de terror, al menos del terror que hoy en día nos asustaría, tampoco de misterio exactamente, Frankenstein fue a mis ojos una novela de ciencia ficción pura y dura, de carácter especulativo, en la que se ponen en práctica ciertos postulados científicos, en la que la filosofía de la época tiene cabida y en la que podemos encontrar algunos elementos del  romanticismo, movimiento literario que favoreció la escritura y aparición de esta novela. Un libro que arroja muchas reflexiones, así como infinidad de interpretaciones, cada cual más distinta de la anterior. Pero dejemos de hablar de Frankenstein, pues Mary Shelley, a pesar de que muchos la consideran autora de una sola obra (tal y como le sucedería a Emily Brontë unas décadas más tarde), tiene la suerte de haber escrito en vida más obras de las que todas y todos pensamos, cuya repercusión por desgracia no fue tan sonada. Una de ellas fue Mathilda, una breve novela que en el momento en el que conocí la noticia de que Cátedra iba a reeditarla, en ese preciso instante, decidí que tenía que ser mía. Una vez en mis manos comencé, como siempre que me enfrento a un libro de Cátedra, a leer el apartado crítico (esa introducción tan necesaria y que con el tiempo se ha convertido en uno de los sellos de identidad de la editorial), y tras él la novela propiamente dicha. A pesar del patinazo de Juan Antonio Molina Foix, en quien ha recaído la edición del presente libro, con una fotografía (tema que señalé en un hilo de twitter), la novela me permitió conocer a una Mary Shelley nueva, distinta y a mi juicio, siempre subjetivo, más interesante.


Antes de adentrarnos en la reseña propiamente dicha, permitidme una sugerencia. Mathilda, en su conjunto, no se entiende sin la correspondiente biografía de la autora, es decir, de la propia Mary Shelley. Esto no significa que os tenéis que informar sobre la vida de la autora o buscar algún libro al respecto para entender esta novela, que los hay y muy buenos además, de hecho, podéis leer Mathilda sin problemas en ese sentido. No obstante, y desde la experiencia, os aconsejo que le echéis un vistazo a páginas web (y no sólo la Wikipedia), que perdáis el tiempo viendo algún documental de YouTube al respecto, que leáis algún artículo (mejor si es académico) sobre Mary Shelley, incluso podéis indagar en la filmografía y dedicar una tarde de domingo a ver alguna película. La más reciente es totalmente recomendable (y si sois fans de Elle Fanning todavía más), sin embargo, la cinta sólo muestra una parte, muy importante eso sí, pero muy reducida de su vida (y como no, relacionada en parte con la creación y escritura de Frankenstein). Si me hacéis caso, la experiencia lectora será extraordinariamente enriquecedora. Dicho esto, y sin abandonar lo mencionado, comenzaremos diciendo que Mathilda presenta una lectura pausada, pasional y apasionada al mismo tiempo, desgarradora por momentos y rica en calidad literaria. En Mathilda el lector se topa con una belleza en lo que al estilo se refiere. Éste es un texto plagado de metáforas y de comparaciones que llegan a rozar la sinestesia. Eso añadido a la construcción de unos entornos tan hermosos como terroríficos, pues la naturaleza mezclada con ciertos fenómenos naturales (la lluvia, el viento, la niebla...) pueden otorgarle un encanto peculiar y provocar escalofríos a la vez, consigue realizar el sueño de todo lector: que éste acabe trasladándose de pronto a aquellos parajes semihabitados y agrestes de la Escocia más rural. Y lo mejor de todo, que éste no quiera regresar en mucho tiempo. Cada palabra, cada frase, cada diálogo (no hay muchos, pero los pocos que hay son para enmarcar) se asemejan a flechas que, disparadas con un arco, acaban impactando en la barriga, que no en el corazón, consiguiendo esa típica punzada que sólo ocurre cuando el lector se pone en el lugar del personaje, sea real o ficticio. Lejos de inundar de pena o lástima, Mathilda invade la atmósfera de una calma viciada, llena de humo a pesar de transcurrir la mayor parte de la trama en espacios totalmente abiertos, claustrofóbica, agobiante.  Al fin y al cabo, lo que Mary Shelley pretende contarnos va más allá de las peripecias de una protagonista huérfana de madre, sino un conglomerado de reflexiones que desempolvan tabúes y una revelación narrativa a la altura de las mejores novelas de terror. A grandes rasgos Mathilda narra la historia de una hija, de un padre y de las circunstancias que rodean esa relación. En ocasiones, lo simple resulta lo más complejo y viceversa, mantra que parece cumplirse con creces en la presente novela. De esta autora británica te esperas todo, incluso lo imposible, como esa profunda tristeza que sufre la protagonista ante la falta de una figura materna, esos flashbacks (tan modernos en su momento) como confirmación  a esa máxima que asegura que el pasado siempre fue mejor, esas insinuaciones o referencias a un posible incesto (sinónimo de escándalo)... Es difícil, por no decir imposible, no ver en Mathilda una especie de alter ego de la propia Mary Shelley. Muestra de ello podrían ser esa abrumadora idolatración a una madre muerta, el busco cambio de humor de su padre (que de atento y cariñoso pasa a convertirse en un ser arisco y huraño) o la acumulación de desgracias relacionadas siempre con personas a las que llegó a amar (su marido, su hermanastra o sus propios hijos). No debemos olvidar que Mary Shelley escribe esta novela tras el fallecimiento de Claire y William, sus primeros vástagos, dato que en cierto modo vendría a confirmar una de las teorías más extendidas: que Mathilda fue el resultado literario de un duelo, de un intento por superar el dolor ante la muerte de las criaturas, de sus criaturas, tan humanas y frágiles como el monstruo de Frankenstein. Sea como sea, lo que está claro es que esta novela encierra muchas sorpresas, incluyendo esa narración, esa voz de mujer que el lector, pasmado, escucha desde un lugar tan oscuro, tan tétrico, tan espeluznante... Bajo una capa de tierra y rodeada de silencio.



Una de las palabras que he empleado para describir la lectura de esta novela ha sido "nostalgia" y la verdad no puede ser más acertada. La ciencia parece confirmarlo, existen muchas personas que, por los motivos que sean, creen que en años o en épocas pasadas estaban mejor, eran más felices, con un nivel de vida más alto incluso. Aunque si bien es cierto que la nostalgia, llevada al extremo, puede constituir a la larga algún problema psicológico grave, no estamos ante ninguna patología, enfermedad o síndrome de complicada pronunciación, simplemente ante una realidad más antigua de lo que creemos. El romanticismo sin ir más lejos, movimiento intelectual, artístico y literario especialmente al que se adscribieron autores como Friedrich Schiller, Goethe, Víctor Hugo, John Keats, Gustavo Adolfo Bécquer, Rosalía de Castro, José de Espronceda, Lord Byron, Anne Radcliffe, Mathew Lewis, Giacomo Leopardi, Aleksandr Pushkin y por supuesto, la propia Mary Shelley; contribuyó en gran medida a difundir esta premisa. Este movimiento se opuso drásticamente al capitalismo expansionista de carácter industrial y al racionalismo ilustrado, encontrando en el pasado el sentido a sus premisas y postulados. La naturaleza (cuanto más desordenada mejor), los mitos grecolatinos (recordemos los cuadros de Lawrence Alma Tadema) y los paisajes medievales (castillos, iglesias o monasterios en ruinas especialmente) formaban parte de su imaginario, de su ideal de belleza, de lo mejor que le había pasado al ser humano, de ese idealizado microcosmos preindustrial, antes de que las máquinas, el humo y el proletariado irrumpiesen arrasando con todo. La búsqueda constante de la originalidad como protesta ante la mercantilización de la figura del artista, además de otorgarle una aura cuasi mítica, en un claro intento de retroceder siglos atrás, cuando el escritor escribía por inspiración y no por encargo. La libertad frente a las cadenas. El aire fresco frente a la deprimente oficina. La belleza frente a lo racional. Una mirada idealizada a un pasado que en el fondo nunca existió pero que asentó las bases de un fenómeno nuevo: el culto a la nostalgia. Ahora volvamos al presente. Sí, a nuestra cotidianeidad, a nuestro mudo súper conectado, ese en el que poco a poco estamos perdiendo la capacidad de entablar una conversación mirándonos a los ojos, ese en el que el teléfono móvil se ha convertido en una extensión de nuestra propia mano, ese en el que las redes sociales están siempre ahí para recibirnos con los brazos abiertos, ese en el que la inmediatez ha conseguido domesticar todos los aspectos de la vida. Un mundo de locos, sin duda, pero en el que también hay lugar para la nostalgia. Facebook nos lo recuerda todos los días gracias a su famoso algoritmo, capaz de rescatar momentos del pasado en los que nuestra popularidad (regida única y exclusivamente por la dictadura del like) estaba por las nubes, o eso es lo que quieren hacernos creer. En ese momento nos invade, como es normal, la nostalgia, tal vez desmedida, al estilo de los románticos, al estilo de Mary Shelley en Mathilda, nublándonos la vista, impidiéndonos reconocer que, en realidad, la tecnología ha vuelto a ganar la partida. La nostalgia es humana, común, todos deseamos volver a ciertos episodios de nuestro pasado para revivirlos una y otra vez. El problema viene cuando ésta te la sirven en bandeja de oro, acompañada de imágenes y sonidos incluso, para después desaparecer hasta dentro de un año, dos o tal vez nunca. El oro se convierte entonces en escarcha, en nieve, tan fría como el peor de los inviernos. Por eso, y ante esta nueva realidad que nos devora, es bueno recuperar estas obras y leerlas con calma, justo lo que no hacemos, para darnos cuenta de lo equivocados que estábamos al creer que los emojis, esas divertidas y aparentemente inocentes caritas del WhatsApp, evidencian nuestros sentimientos o nuestros estados de ánimo. ¿Existe un emoji nostálgico? Haced la prueba, buscarlo, seguro que no os pondréis de acuerdo en cuál es el que mejor la representa. La complejidad está muriendo, y con ella la profundidad, en beneficio de lo simple, de lo concreto, de lo que es capaz de aglutinar. Menos mal que tenemos a Mary Shelley para librarnos de esa imposición. Mathilda: una historia de tristezas, abatimiento, muerte, riesgo, pasión, tormentos, escalofríos... El insoportable dolor de la nostalgia.

Frases o párrafos favoritos:

"Mi mente se ensanchaba gracias a su conversación: era como un renacimiento para mí, me sentía invadida por todo el frescor y la vida de un ser nuevo. Desde su llegada era como si, desde un lugar angosto de la tierra, me hubieran transportado a un universo donde la inteligencia y la imaginación no conocían límites."

Película/Canción: sinceramente, se debería considerar muy en serio la posibilidad de adaptar Mathilda al lenguaje cinematográfico, que no al seriéfilo, para asistir a un interesante maridaje entre imagen y texto. Mientras esperamos a que dicho acontecimiento se produzca, os adjunto el tráiler de Mary Shelley, estrenada este mismo año, dirigida por Haifaa al-Mansour (directora de la sobresaliente La bicicleta verde) y protagonizada por una Elle Fanning en estado de gracia. Sin duda, una buena aproximación, aunque con matices, a la figura de una de las grandes autoras de todos los tiempos.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Cátedra 

miércoles, 5 de diciembre de 2018

RESEÑA: Armados de locura.

ARMADOS DE LOCURA

Título: Armados de locura.

Autora: Mary Butts (Dorset, Reino Unido 1890 - Penzance, Reino Unido, 1937). Pacifista, bisexual, precursora del ecologismo, vivió en Inglaterra, Italia y Francia, lugares en los que entró en contacto con los principales intelectuales y artistas de su tiempo. T. S. Eliot, Erza Pound, Ford Maddox, May Sinclair, Jean Cocteau, Virginia Woolf y el ocultista Aleister Crowley, de quien fue colaboradora. Su obra, que incluye novelas, ensayos, poemas, diarios y relatos con un marcado carácter experimental, cayó en el olvido tras su muerte en 1937, hasta que en los años 80 y 90 del pasado siglo volvió a ser reeditada y estudiada, adquiriendo la consideración de autora de culto del modernismo inglés. (Fuente: Hermida Editores).


Editorial: Hermida Editores.

Idioma: inglés.

Traductor: José Luis Piquero.

Sinopsis: Scylla Taverner, su hermano Félix y su amigo Ross se han retirado a la propiedad de los Taverner en la costa suroeste de Inglaterra, donde intentan descubrir "un nuevo valor, una forma diferente de aprehender todo". Son interrumpidos en esta tarea por la llegada de su primo Picus y su fiel amigo Clarence, quienes traten consigo un objeto que creen que podría ser el Santo Grial, que acaba de descubrirse en su finca junto con algunos erizos muertos. Mientras se debate la procedencia del Grial, el objeto se utiliza como cenicero, vaso de whisky y soda y un medio de vergüenza, ya que desaparece en una habitación y aparece en otra. El objetivo principal de la novela es el personaje estadounidense llamado Craston, que desea a Scylla, quien trata de desentrañar los enredados enlaces sexuales de los Taverners en la finca. La novela se aproxima a su final con una buena dosis de intriga que transcurre entre el frenesí y el delirio. (Fuente: Hermida Editores).

Su lectura me ha parecido: caótica, extravagante, experimental, con toques de humor muy surrealistas, misteriosa, deliciosamente irónica, demasiado breve... A estas alturas no se que pensar. Empiezo a creer en la terrible idea de que existía de verdad un objetivo, una obsesión, un complot consistente en borrar de la historia todo nombre de mujer que hubiese aportado algo a la humanidad. Desde los grandes logros hasta los más pequeños, no importaba, la fobia respecto al trabajo femenino, ese miedo a que los hombres viesen cuestionada su posición de superioridad en todos los ámbitos de la sociedad, adquiría tintes cada vez más oscuros. Ocultación, destrucción, quema, asesinato, encarcelamiento, maltrato, persecución... Lo han intentado todo, hasta imponer un sepulcral silencio sobre las bocas de cientos de mujeres, para que nuestras palabras no tuviesen cabida en una sociedad férreamente patriarcal, vaciando de los libros de texto, a excepción de las figuras femeninas de turno, de una serie de mujeres que cambiaron el mundo con su ejemplo. ¿El motivo? Evitar que las niñas y adolescentes pudiesen tomar como referentes a dichos personajes femeninos. ¿Qué mejor forma de desmoralizar o confundir que el inundar sus temarios de nombres masculinos? Ellos serían sus referentes, sus modelos a seguir, solamente ellos, sin más opciones. ¡Cuánto daño hizo la ignorancia! ¡Cuántas mujeres han crecido sin conocer las inspiradoras opiniones procedentes de políticas, científicas, empresarias, escritoras, pintoras, actrices o médicas por ejemplo! Desgraciadamente demasiadas. Por eso la labor que desde hace unos años parece que están llevando a cabo mayoritariamente las pequeñas editoriales, que poco a poco comienzan a poblar nuestras estanterías con títulos escritos por mujeres de las que a penas teníamos noticias, es impagable. Una de ellas, Hermida Editores, a pesar de tener aún un catálogo mayoritariamente masculino, en los últimos años se ha afanado por editar libros cuyas autoras merecen un estudio y una especial atención por parte de las comunidades intelectuales y educativas. De hecho, Bary Butts, de quien hablaremos largo y tendido en el cuarto párrafo, es el ejemplo perfecto de lo comentado al principio de esta reseña, el de una autora cuya obra cayó "misteriosamente" en el olvido. Armados de locura: sofisticación y surrealismo con un marcado carácter experimental.



La historia de como Armados de locura llegó primero a mis manos para más tarde reposar en uno de los estantes de mi librería particular tiene un origen muy claro, concreto y relacionado con una de las causas que más he defendido a lo largo de todos estos años: el feminismo. El entrar en una carrera donde solamente en el último curso de carrera cursé una asignatura destinada específicamente a explicar la historia en clave de género (totalmente parcial y muy mal enfocada por cierto) me sirvió para darme cuenta del poco interés que existe desde algunos ámbitos académicos por el tema. El carácter rotatorio de ésta, junto con el poco tiempo que se destinaba a ella (duraba solamente un cuatrimestre), reflejaban un desinterés mayúsculo, así como una idea errónea de lo que significaban los estudios de género. A partir de ese momento, aunque antes ya había comenzado a inundar mi biblioteca de escritoras de todos los géneros, comencé a tomarme más en serio el tema. Si quería ser una persona a corde con mis ideas, feministas por cierto, debía empaparme de infinidad de autoras y de sus escritos. Quería conocer la historia de las mujeres, su posición, su voz, su opinión al respecto de los temas que tanto han acaparado las conversaciones y discursos de los hombres, y nadie iba a disuadirme en mi empeño. En ese viaje que abarca prácticamente los cinco continentes, literariamente hablando claro, descubrí escritoras singulares, con fuerza, originales, pragmáticas, libres, más o menos conservadoras en sus planteamientos, potentes, versátiles con la pluma, descriptivas, que van directas al grano, maestras de la poesía, del relato, del microrelato, de la novela, del ensayo o del teatro. Fue tal la variedad que encontré a mi paso que sentí que iba por buen camino. A eso hay que añadirle el hecho de que, al compás de mis investigaciones, descubrimientos y autoformación en la materia, muchas editoriales parecieron captar el mensaje que la sociedad estaba lanzando desde todos los rincones. De la noche a la mañana, literalmente, las librerías se inundaron de textos feministas, además de un sinfín de traducciones de obras escritas por mujeres que hasta ese momento nunca habían visto la luz en este país. Un hecho que, en un alarde de sinceridad, os diré que me hizo muy feliz. De este modo conocí a escritoras como Luisa Carnés, Barbara Pym, Emmy Hennings o Daphne du Maurier entre otras muchas (pues la lista de nombres es tremendamente larga). La figura de Mary Butts comenzó a destacar por encima de las nombradas en el momento en el que tomé su libro, Armados de locura, para iniciar un viaje nocturno al interior de sus páginas. Una travesía, plagada de olas y corrientes marinas que finalmente condujeron a buen puerto.


En lo que respecta a la crítica propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Armados de locura presenta una de las lecturas más rápidas del año, mucho más que otros libros escritos con ese objetivo, el de desaparecer en cuestión de días de las manos del lector. Por fortuna, la novelette (me siento incapaz de referirme a ella como una novela) de Mary Butts es algo más que un best seller de la época, pues dudo mucho que los libros para las masas de entonces contuviesen el carácter extravagante y experimental de Armados de locura. Lo sublime, en el sentido romántico de la palabra, sobrevuela permanentemente sus páginas, algo que apreciamos por ejemplo en las descripciones paisajísticas y en la construcción de los personajes que protagonizan esta historia. Esta claro, y si no que alguien me corrija, que por la época en la que escribió la novela (principios de siglo XX) Butts bebió en gran medida de dos influencias culturales muy interesantes. Por un lado, de las teorías de Freud (no hay duda de que el lector puede respirar cierta aproximación por parte de la autora a las más conocidas del inventor del psicoanálisis), y por otro a lo oculto, a lo misterioso, sin llegar a caer en ese tenebrismo tan explotado por la literatura. De hecho, si nos atenemos a su biografía, es posible que Butts quisiese intencionadamente huir de ello, que Armados de locura, así como el resto de su producción literaria se situasen lejos de las influencias míticas y religiosas de las que fue discípula durante unos años de su vida junto bajo las enseñanzas del mago Alister Crowley (del que hablaremos largo y tenido más adelante). Fuese como fuese, el caso es que Mary Butts tuvo claro que la literatura era el medio perfecto para experimentar, modelar y jugar con las palabras y de paso con el lector, algo que consigue, y con creces, en la presente novela. El caos es el protagonista absoluto en Armados de locura, de principio a fin, desde la primera hasta la última página. Es más, sigo sorprendida por el hecho de que desde Hermida Editores hayan conseguido elaborar una breve sinopsis del libro, pues, a mi juicio, la trama en si es harto compleja y extraña. Plagada de personajes (arquetipos de su época), de giros inesperados, de la presencia de elementos completamente inusuales y de tramas sin cerrar (agujeros que el lector sorprendentemente asume y acepta sin ningún problema); Armados de locura podría definirse como un pasatiempo rápido, trepidante, pero al mismo tiempo inmortal en la memoria de quien se adentra en su historia. Si el enredo y las relaciones amorosas constituyen una parte importante de ésta, el supuesto "Santo Grial" (objeto sagrado que adquiere todo tipo de usos y sufre todo tipo de hilarantes maltratos) no sólo nos da pistas de ese carácter espiritual que ha acompañado a la autora durante tantos años, sino que se erige como símbolo de lo caduco, de una religión cuyos años de esplendor pasaron hace mucho tiempo a mejor vida, hasta el punto de que en el interior de su objeto más sagrado, como es la copa que Jesús empleó en la Última Cena, ahora reposan las cenizas de los puros y el amargor de una bebida mucho más espirituosa. En este libro todo es extravagante, lujoso, pero decadente, como los inolvidables escenarios del Gran Gatsby, con la única diferencia de que Armados de locura transcurre en la Inglaterra eduardiana y en un entorno realmente anómalo, más típico de las novelas victorianas, con la presencia de un bosque (donde tienen lugar las escenas más interesantes del texto) cercano a una imponente mansión. Por no hablar de la afilada ironía que asoma, expectante, página tras página. Era británica, así que lo podemos considerar como marca de la casa. Una vez puse punto y final a su lectura, no me quedó del todo claro su mensaje, ni su reflexión (demasiados cabos sueltos), ni su intencionalidad, en otras palabras, lo que la autora pretendía conseguir con su historia. A pesar de todo, eran muchas las posibilidades: ¿mezcla de tradiciones literarias? ¿Vanguardismo? ¿Un intento por escapar a los convencionalismos de su época? ¿El disfrute por el disfrute? ¿Dejar a cuadros al lector? ¿O simplemente nada, absolutamente nada, que el lector discurriese por una trama y para evadirse, no pensar? Tras leer Armados de locura, lo único que se me ocurre decir es que caben todas y cada una de las posibilidades. ¿No es fantástico?


Lo convencional, lo misterioso, lo divino, lo extravagante, lo alocado y lo elegante. Todo eso está en Armados de locura, una novela tan extraña como envolvente, capaz de generarte sentimientos encontrados y que sueltes alguna que otra risilla nerviosa. Pocos críticos, a pesar de esos clamorosos defectos de trama (intencionados o no, nunca lo sabremos), califican a Mary Butts como una autora mediocre, sino todo lo contrario, señalándola como una de las más originales de su tiempo. Sin embargo, si revisamos de nuevo la breve nota biográfica adjuntada en una de las solapas de la presente edición, comprobamos lo que muchos ya temíamos, y es que hasta la década de los 80 del pasado siglo la comunidad intelectual desconocía su existencia. A partir de ahí, el interés en Inglaterra hacia esta autora de principios de siglo XX fue tremendo, lo que propició una edición comentada y revisada de sus textos más célebres hasta ese momento guardados en el fondo de un cajón, cogiendo polvo, esperando que alguien se acordase de ellos. ¿Qué pasó entonces con Mary Butts? ¿Por qué su producción literaria cayó prácticamente en el olvido tras su muerte en 1937? La respuesta es obvia: era mujer. No obstante y si nos atenemos a su vida, el lector más curioso descubre entonces que Mary Butts fue algo más que una mujer con talento para la literatura, fue toda una pionera. En primer lugar del ecologismo. Una rápida búsqueda en internet nos aclara que Butts fue una firme defensora de la naturaleza, un activismo que le llevó a encabezar una protesta (con panfletos y pancartas incluidas) en la campiña inglesa contra la caza y de aviso a los excursionistas para que no se tropezasen con algunas de las trampas que los cazadores solían utilizar para atrapar a sus presas. En segundo lugar, del pacifismo era otro de sus pilares como intelectual, el cual compartió en gran medida con el que fuera su marido el poeta John Rodker. El contexto previo a la Primera Guerra Mundial acrecentó su posicionamiento político así como su convencimiento de que las guerras sólo traían hambre, destrucción y la muerte de miles de inocentes. En tercer lugar la naturalidad con la que llevó su bisexualidad. Desde la universidad, donde vivió su primer despertar sexual junto a una compañera de clase, hasta el fin de sus días mantuvo su condición sin a penas esconderla y disfrutando de ella siempre que se le presentaba la oportunidad. Y en cuarto y último lugar su relación con la magia, en concreto, con el ocultista Alister Crowley, uno de los magos más importantes de principios de siglo XX, fundador de la filosofía religiosa de Thelema y autor del famoso El libro de la ley (donde se exponen los fundamentos más importantes y la historia de Thelema). Un personaje cuya leyenda negra ha sobrevolado gran parte de su biografía y del que la propia Butts acabó distanciándose. A modo de recapitulación, podríamos decir que Mary Butts fue una escritora bisexual, pacifista, ecologista y que en su pasado coqueteó con la magia negra de Crowley, por tanto bruja. Justo lo que no se esperaba de una mujer de su época. Es posible que todos estos factores hicieron que su figura y libros fuesen injustamente ocultados por la comunidad intelectual de su tiempo. Seguramente pensaron que nada bueno contendrían esos textos firmados por Butts, y estoy convencida de que muchos ni siquiera los leyeron, que emitieron veredicto sin pararse a valorar si la obra merecía o no reconocimiento al menos para una segunda impresión. Justo lo que sigue pasando a día de hoy respecto a las mujeres que quieren mostrar sus habilidades artísticas o intelectuales. Los prejuicios, los estereotipos y sobre todo, el paternalismo ahogan los discursos femeninos dentro de ámbitos tradicionalmente masculinos. Tal vez si hubiésemos tenido más presente a la figura de Mary Butts desde el principio, desde el momento en el que publicó su primera novela, las cosas posiblemente hubiesen sido distintas. Armados de locura: una historia de amor, enredos, engaños, locuras, frivolidades, religión, fiesta...Una novela que sabe a whisky y suena al son del mejor Foxtrot.

Frases o párrafos favoritos:

Scylla comprendió que Craston ya había tenido suficiente y se sentía sofocado y solo. Clarence regresó agónicamente por el camino doble del bosque, por ser el más recto. Ross se retiró a su cuarto y Craston se aferró fuertemente a un pensamiento: "Todos necesitamos salir de aquí por una temporada."


Película/Canción: como no podía ser de otra forma y en vistas de que no hay una adaptación a la vista, he decidido adjuntaros la pieza de Foxtrot que me ha acompañado durante la redacción de la reseña. Se me van los pies cada vez que la escucho.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Hermida Editores

jueves, 29 de noviembre de 2018

RESEÑA: La novena hora.

LA NOVENA HORA

Título: La novena hora.

Autora: Alice McDermott (Brooklyn, Nueva York, 1953). Es profesora de Humanidades en la Universidad John Hopkins y una de las autoras literarias más prestigiosas de su país. Ha publicado ocho novelas: A Bigamist´s Daughter (1982), Aquella noche (1987, finalista del National Book Award y del Pulitzer), En bodas y entierros (1992, finalista del premio Pulitzer), Un hombre con encanto (1998, ganadora del National Book Award), Child of My Herart (2002), After this (2006, finalista del premio Pulitzer), Alguien (2013; Libros del Asteroide, 2015) y La novena hora (2017; Libros del Asteroide, 2018). (Libros del Asteroide).


Editorial: Libros del Asteroide.

Idioma: inglés.

Traductor: Carlos Manzano.

Sinopsis: en una oscura tarde de invierno, en Brooklyn de principios de siglo XX, un joven inmigrante irlandés que acaba de ser despedido convence a su mujer, que está a punto de dar a luz, para que salga a hacer la compra. Una vez solo en el apartamento, abre el gas y se suicida. La hermana St. Savoir, una monja de un convento cercano, será quien ayude a Annie, la pobre viuda, a rehacer su vida. Annie trabajará durante muchos años como planchadora en la lavandería del convento. Su hija Sally, la verdadera protagonista de la historia, se criará entre pilas de ropa blanca y el siseo constante de la plancha, pero, llegado el momento, deberá elegir su propia camino en la vida. (Fuente: Libros del Asteroide).

Su lectura me ha parecido: amable, elegante, precisa, humana, potente en cuanto a su inicio, redentora, femenina en el buen sentido de la palabra... No me gustan las monjas. Bien, ya está, ya lo he soltado. El por qué es muy simple. Producto literario o audiovisual sobre todo en el que aparece el personaje de una monja o varias de ellas, siempre consigue darme repelús. Tal vez la literatura y el cine de terror hayan tenido mucho que ver en esta imagen tan espeluznante de estas mujeres casadas con Dios. Sin embargo, no hay que irse a los estereotipos para encontrar otros ejemplos de monjas perversas y malvadas. Redactando el esquema de la presente reseña se me vino a la cabeza el recuerdo de Philomena, la magnífica película británica de 2013 protagonizada por una siempre impecable Judi Dench y que desde aquí recomiendo encarecidamente que veáis. Una cinta cuya trama principal gira entorno a la investigación que emprenden la protagonista y un periodista en busca del paradero del hijo de ésta, dado ilegalmente en adopción en un convento de monjas en Irlanda. Tras su correspondiente visualización, y con un cabreo de tres pares de narices, ya no volví a ver a estas mujeres de la misma manera, y menos tras los numerosos casos de bebés robados que han ido brotando en España producidos durante la dictadura franquista y las primeras décadas de la democracia hasta llegar a los años 80. En nombre de la moralidad se han cometido y se siguen cometiendo cientos de barbaridades en todo el mundo, y muchas veces, por parte de quienes deberían atender a otros problemas guiados precisamente por la religión que profesan. Afortunadamente, en el libro del que hoy os hablo, no nos encontramos con esa clase de monjas, que, aunque tienen sus defectos, consiguen desproveer al lector de todos esos prejuicios con sus acciones de carácter social en el empobrecido Brooklyn de principios de siglo XX. La novena hora: el retrato de la invisibilidad femenina


La historia de como La novena hora llegó a mis manos es bien sorprendente, pues, la verdad sea dicha, no se me había pasado por la cabeza acercarme a una lectura de estas características. Sin embargo, las circunstancias anímicas por las que estaba atravesando aquellos días hicieron que finalmente me decantase por esta novela de Alice McDermott. Para seros sincera, y al contrario de otras ocasiones, debería haber empezado este párrafo sincerándome, y es que en vez de contaros la historia de como La novena hora entró en mi vida, lo que en realidad vengo a narraros es la historia de lo que sucedió después, de cómo fui capaz de acercarme a su lectura hasta pasados unos meses. No os voy a engañar, las pasadas vacaciones veraniegas no fueron las mejores, ni las más memorables, ni las más excitantes de mi vida. El por qué prefiero guardármelo para mi misma, pero lo que si me gustaría compartir con todos vosotros es el hecho de que, muchas tardes de agosto las pasaba leyendo, cociéndome en mi habitación, pero leyendo. Puede sonar aburrido, es posible, pero era la forma que encontré de aislarme y de evadirme un poco, en definitiva, de pensar en otra cosa que no fuera en el hecho de que durante el mes de agosto no me iba a mover a penas de la ciudad. Pero claro, el aislamiento continuado nunca es bueno, tantas horas dándole vueltas a la cabeza al final acaba por quemar literalmente la mente. Uno de aquellos días exploté, me levanté, cogí la bicicleta y me fui a dar una vuelta. Jamás me había ido tan lejos como aquella vez, y eso que acostumbro siempre que puedo a pedalear por la ciudad. En mi mochila, dos libros, uno de ellos La novena hora. No sé por qué motivo me los llevé. Supongo que buscaba romper ligeramente con la monotonía en la que se había convertido agosto. Leer en otro lugar, respirando aire poco viciado, tal vez acompañado de un helado de frutos del bosque. El caso es que cuando las piernas dijeron basta, me encontré a la altura de uno de los parques más grandes de mi ciudad. ¿Sería aquel el lugar que tanto buscaba? ¿Sería capaz, como ya he hecho en otras ocasiones, de sentarme en el césped a leer un libro? No podía estar más equivocada. En el momento en el que me situé, dejé los libros a un lado y me puse a observar. Hacía tanto tiempo que no me detenía a mirar a mi alrededor que casi me hecho a llorar, una costumbre tan importante en un escritor y que creía haber perdido. Después de aquel episodio me costó bastante acercarme a ciertos libros, entre los que se encontraba La novena hora. Anímicamente necesitaba cosas que me removiesen un poco por dentro, que me diesen miedo, que me provocasen suspense y angustia, cuya trama me hiciese viajar a lugares más exóticos y poco conocidos. Algo que por supuesto creía que no cumplía la novela de McDermott. La situación siguió así hasta que un buen día de otoño, de forma totalmente inesperada, lo saqué de su perpetuo hueco en la estantería y lo posé en mi mesita de noche, privilegiado lugar cargado de significado. Su lectura me llevó un par de semanas, semanas que se tradujeron en pequeños instantes de placer junto a una historia más interesante de lo que hubiese imaginado.


En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La novena hora (título claramente inspirado en la biblia) presenta una lectura pulcra, psicológica y sobre todo elegante. A lo largo de la novela el lector tiene la sensación de estar ante una novela que, a pesar de ese potente inicio del que hablaremos más adelante, invita a la serenidad, a la tranquilidad y a la certeza de que va a adentrarte en un viaje hacia el corazón del alma humana. Y si a eso le añadimos una estructura que, en lugar de trazar una línea recta con un principio y un fin muy marcados, abraza momentos concretos de lo que se está narrando, la cosa se pone más interesante desde el plano crítico. En otras palabras, McDermott tira del lenguaje seriéfilo para presentarnos episodios temáticos, creando el efecto de un recuerdo, pequeñas capsulas en las que se aborda una situación, se plantea un problema, se habla de un personaje en concreto y que parecen concluir con un punto y seguido. Este recurso no sólo evidencia las ganas que tiene la autora de que su novela se adapte, especialmente a la televisión, sino también un habilidoso manejo de las técnicas literarias aplicadas al mundo del audiovisual. Porque la imagen y la palabra confluyen, y cuando se consigue desde una delicadeza y la pasión, suelen salir como resultado obras que merecen nuestra atención como lectores y espectadores. La novena hora, como hemos comentado al principio, no puede empezar mejor. Brooklyn, principios de siglo XX, un inmigrante irlandés llega a su apartamento alicaído, lo acaban de despedir, una vez allí convence a su mujer Annie (visiblemente embarazada) para que salga a hacer la compra y sólo cuando tiene la certeza de que no hay nadie en casa se suicida. A su vuelta, Annie se encuentra de la noche a la mañana sola y sin recursos, teniendo que hacer frente a una complicada maternidad. Es entonces cuando entra en acción la hermana St. Saviour, quien le ayuda ofreciéndole cobijo y trabajo en la lavandería de convento del barrio. Creo que lo he comentado en más de una ocasión pero aquí tengo que repetirlo de nuevo. No hay cosa que más me guste de un libro que un inicio fuerte, tremendo, ya sea dramático, inquietante. sincero, perturbador, terrorífico...La cuestión es que impacte en el lector para que éste continúe la lectura con la cabeza llena de preguntas, deseando saber qué es lo que ocurrirá en las siguientes páginas. Y en este caso, usando el suicidio para activar la trama, McDermott me conquistó de inmediato. Después, la historia se torna más humana, más pequeña, un microcosmos construido al rededor de Annie, las monjas y su hija Sally (la protagonista de la novela). Es en este punto donde se abordan los principales temas del libro: la soledad, el abandono, los dilemas morales, la necesidad de empezar de cero, el aprendizaje, el lado humano de la religión, la caridad, la pobreza, la lucha por salir de ella... Además de toparnos con una de las representaciones femeninas más peculiares de la literatura. Desde esa madre que trata de rehacer su vida en secreto, hasta esa hija con ganas de conocer la realidad más allá de los muros del convento, pasando por la psicología de cada una de las monjas (excelentes personajes secundarios por cierto) y las mujeres que acuden a ellas por los inesperados golpes que les da la vida. En ese sentido sólo me queda aplaudir la construcción de ese coro femenino, de ese reparto que enriquece y salva a la novela de caer en sentimentalismos y un exceso de azúcar. Mención a parte merece el narrador empleado, consistente en una tercera persona particularmente interesante, pues quien nos cuenta la historia son los descendientes de Sally. Este hecho, además de hacernos un spoiler como una catedral de grande, Muchos definirán a La novena hora como una historia de monjas y enfermos, lo cual a priori puede disuadir al lector, de hecho, reconozco que no es el mejor tema y que esta novela precisamente no es parta todos los gustos. Sin embargo, y aunque la novela de McDermott no ha acabado por convertirse en una de mis imprescindibles, recomiendo leerla. Pues, ni las monjas son tan buenas (toda persona tiene muchos prismas), ni la historia tan edulcorada como parece y la paradoja que tiene lugar en las últimas páginas de la novela conduce a más de una pertinente reflexión.



Más allá de los temas mencionados en el párrafo anterior, La novena hora rinde un merecido homenaje al trabajo invisible. Algo que en la literatura, al menos en lo que he leído hasta ahora, no había encontrado por ninguna parte. Fijaos su tremenda invisibilidad que su presencia en novelas no es tenido en cuenta o simplemente la autora o autor no se detiene sobre ello, sobre lo que durante siglos ha existido y muy pocas veces se ha dado voz. Sobre los hombros, a la espalda, en la cabeza, soportando un peso descomunal, sintiendo las piernas quebrarse, hasta llegar a rozar el suelo con las rodillas para luego levantarse de nuevo, como si no hubiese pasado nada, como si aquello fuese lo más natural, cotidiano, asumido. En la novela y en la vida real este trabajo invisible lo ejercen por supuesto las mujeres. Una carga que tiene sus múltiples vertientes, desde la física hasta la mental, pasando por esa huella que la educación deja, esa que dice que por ser mujer debes estar en todo, atender a todo el mundo y cumplir con el cometido sin rechistar. En La novena hora, las monjas así como las sucesivas mujeres que irrumpen constantemente o de forma esporádica en cada capítulo se entregan a estas labores. Las primeras a la caridad, a la ayuda de los enfermos y de aquellas personas que se encuentren en situación precaria, un trabajo que como institución religiosa es lógico que lleven a cabo, pero que en la novela comprobamos como se invisibiliza, pues a pesar de su esfuerzo, pocas veces se les reconoce o se agradece su labor. Las segundas, como no podía ser de otra forma, a sus roles de amas de casa, sin duda, el trabajo más invisible y precario de los que existen. Y si pensamos en aquella época, principios de siglo XX, la situación a la que tenían que hacer frente estas mujeres era de órdago. Es cierto que en esos años el ser ama de casa estaba bien visto, mejor que si una mujer trabajaba fuera de casa, pero, la sociedad patriarcal era más férrea si cabe, hasta el punto de que las mujeres estaban totalmente desamparadas en el caso de que existiesen malos tratos en el hogar, una separación conyugal o una maternidad sin una figura masculina. Las mujeres de entonces simplemente cumplían ese rol para el que fueron educadas y no tenían la culpa de que la sociedad todavía les viese como perpetuos ángeles del hogar. Actualmente, y a pesar de que hemos avanzado mucho (las mujeres han podido por fin salir de la esfera privada y conquistar, poco a poco, su presencia en otros ámbitos de la sociedad), todavía existe el trabajo invisible. Mujeres que tras la larga jornada laboral tienen que ocuparse de las tareas de la casa y del cuidado de los hijos mientras el hombre sigue sin asumir esas responsabilidades. Mujeres que, habiendo tomado la decisión de ser amas de casa, no ven reconocido su trabajo. Mujeres que sufren las consecuencias de lo invisible, de la pasividad. Un grito desesperado en medio de un mar de soledad. Si algo nos ha enseñado el feminismo es a perseguir la igualdad, y eso pasa, primero, porque los hombres se den cuenta de que tienen responsabilidad, obligaciones y que éstas no deberían estar sujetas o condicionadas por los roles de género. Y segundo, porque se reconozca este trabajo, inexistente o sin valor para muchos ciegos o simplemente esclavos del patriarcado. La novena hora: una historia de superación, pobreza, labor en la sombra, precariedad, moral, inmoralidad, paradojas que hielan al lector...Una novela de mujeres trabajadoras bajo el pesado manto de la invisibilidad.

Frases o párrafos favoritos:

"Nos asombró pensar en lo mucho que pasaba silenciado en aquella época, lo mucho que, según consideraban, estaba en juego."

Película/Canción: a pesar de que aún o hay noticias de una posible adaptación al cine o a la televisión de La novena hora, os adjunto la brevísima pieza de BSO que me ha acompañado, entre otras, a lo largo de la redacción de esta reseña. Insisto de nuevo, tenéis que ver Philomena, aunque sea por disfrutar de Judi Dench y Steve Coogan.


¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Libros del Asteroide