LA INTIMIDAD
Título: La intimidad.
Autora: Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993) publicó su primera novela con tan solo veintitrés años. Dog café, que así se titulaba, publicada por Expediciones Polares en 2017, recibió excelentes opiniones de crítica y público que auparon a la escritora como una de las más firmes promesas de su generación en el nuevo boom de literatura por medios como El País o Playground Magazine. Antes de eso, Rosa Moncayo había estudiado Administración de Empresas en la Universidad Carlos III y le concedieron una beca para estudiar en Corea del Sur. La intimidad (2020) es su segunda novela.
Editorial: Barrett.
Idioma: español.
Sinopsis: Una joven pareja en plena espiral de drogas, obsesiones y autodestrucción decide dejar la ciudad y mudarse a una casa de campo para escapar del círculo social tóxico que la rodea. Una novela en la que Rosa Moncayo describe con crudeza poética la intimidad de una relación al borde del colapso.
Su lectura me ha parecido: lírica, delicada, cruda, alejada de cualquier tipo de sentimentalismo, sosegada, punzante, sensorial, que va más allá de ser una novela millennial... Hay libros que requieren tiempo, calma, dejarse embriagar por sus reflexiones durante días, semanas, meses si hace falta. Novelas que una vez empiezas nunca sabes en qué momento las conseguirás acabar o si acabarán siendo abandonadas en ese estante de la infamia. Textos rápidos, agiles, sí, pero que merecen toda nuestra atención, de todo puede extraerse oro, incluso de aquellos pasajes que en su momento desechaste porque no acaban de cuadrarte en la realidad tangible y emocional que te rodeaba por aquel entonces. Páginas que sobresalen, entre una mediocridad manifiesta, pero que el mercado editorial te insta a saltarlas o leerlas en vertical porque hay libros más nuevos cuya lectura no puede esperar. Palabras que se instalan en tu cerebro, activando ese botón de la creatividad que creías adormecido entre tanta producción libresca a la que hemos convenido a llamar "fast book". Literatura que, en última instancia, acaba injustamente olvidada por culpa de la masificación, el modelo de producción, de promoción, las redes sociales y la fragilidad de la popularidad. Con la novela que hoy tengo el placer de reseñar me ha pasado precisamente eso. No es que la dejara de leer, de hecho me la bebí de un tirón . No es que carezca de talento, que lo tiene en su poética forma de narrar el desmembramiento sentimental. No es que la haya dejado "morir" en favor de otras lecturas más llamativas, puede que en esto un poco sí, Panza de burro de Andrea Abreu - soy de las que les gustó y mucho - tal vez eclipsó el otro gran lanzamiento de Barrett, que no es otro que la presente historia de la que me dispongo a hablaros. Y sí, la dejé en esa balda, leída, durante bastante tiempo, esperando ser digerida y procesada por una servidora hasta que, al fin, decido meterle mano en sus tripas para convenceros de que leáis a Rosa Moncayo. Autora de mi edad, del 93, cuya trayectoria profesional dista mucho de la mía propia a la que decidí darle una oportunidad cuando el mundo parecía derrumbarse tras los cristales de nuestras casas, o jaulas de oro, como queráis llamarlo. A lo que muchos llaman el estante de la infamia, yo lo llamo el estante del reposo sano. Y es que en ocasiones no estamos preparados para hablar de una lectura en concreto. Algo que se percibe extraño o anómalo en la era de la impresión, de la reacción y no de la pausa, de la interiorización o de la reflexión madurada. Que sirva esta reseña como recomendación y autocrítica (yo misma me veo a veces devorada por las novedades y la rapidez de este mundo interconectado). Si con ella consigo que acudáis a vuestra biblioteca privada y cojáis ese libro cuya "vida" parece haberse agotado ante los ojos de todo el mundo, ya me daría por satisfecha. La intimidad: las rupturas amorosas nunca fueron fáciles, tampoco para nuestra generación líquida.
En un tiempo en el que nuestro propio hogar se convirtió en nuestro mundo o en nuestra peor pesadilla, Rosa Moncayo ya habló de ello un mes antes del confinamiento, de las miradas furtivas entre vecinos que jamás habías visto asomados al balcón, de las numerosas bombas de relojería que se escondían tras los muros de los edificios. En esas casas convertidas, de la noche a la mañana, en búnkeres contra una enfermedad todavía desconocida. Moncayo ya exploró todo eso pero llevándoselo a dos terrenos bien diferenciados que comprenden contenido y forma. Por un lado, la autora mallorquina nos habla del dolor que traviesa el pecho de quien observa como la relación que ha tratado de mantener a flote durante años se va a pique sin que nadie sea capaz de remediarlo. Ni siquiera con un cambio de aires - anticipándose a toda la ornada de novelas sobre el mundo rural que vendrían tras la pandemia - o el abandono de ciertos círculos tóxicos que les impiden (aunque deberíamos hablar mejor en singular) arreglar lo que ya parece no tener solución. La centrifugadora en la que parece haber entrado la existencia de Gaspar y la narradora-protagonista (adicta a las drogas duras) parece sumirlos en una espiral en la que es imposible pensar y dejar la mente lo más despejada posible. Como un cielo raso. Sin que las ruidosas azoteas de los edificios perturbe la limpieza cromática del paisaje. En La intimidad somos testigos de dos viajes bien diferenciados. El de la joven protagonista por abandonar el consumo de estupefacientes, el cual deja atrás con una sorprendente facilidad, y el de una muchacha fiestera y cosmopolita al de una mujer atapada en un aburrido pueblo. De oficinista de palo, a una más dentro de un paisaje de Andrew Wyeth en el que, a pesar de las incomodidades propias de la vida en el campo, consigue observar el dolor desde una mirada más clara, pero no por ello exenta de su pequeña dosis de crueldad. Somos así de masoquistas a veces. Este relato a ratos lírico - el talento de Moncayo en estas lides es interesante - a ratos tan exagerado como terrenal - abundan las metáforas y las hipérboles - nos pone frente al espejo de las emociones humanas, del monstruo de las galletas llamado Capitalismo voraz y de la más primitiva de las libertades, la que, según la autora, insta a "portarnos mal" o a dejar de hacer aquello para lo que estamos predestinados para reencontrarnos con nuestro verdadero ser. En palabras de Moncayo: "entrar tarde y, a pesar de todo, poder salir pronto". La intimidad en la presente novela no es el tacto, la soledad o la introspección, también el aislamiento - al cual tuvimos que acostumbrarnos hace unos pocos años - que termina por sentenciar aquello que no acaba de morir. Ya sea una relación de pareja - como es el caso - de amistad, familiar, profesional, contigo misma/o. Un tsunami claustrofóbico en plena sierra que desemboca en una huida, la tuya propia, antes de que a la otra parte implicada se le ocurra hacerlo antes. Punzantes capítulos - algunos más sobresalientes que otros - que se complementan, como no podía ser de otra manera, con una playlist que lleva más allá la experiencia literaria y que ya empleó, por ejemplo, Marina L. Ruidoms para su memorable Había una fiesta. Millenial en su forma, universal en su profundo fondo, consiguiendo de esta lectura una de las novelas más lúcidas de los últimos años. Al menos si nos atenemos a esas ventanas aislantes socialmente que cada una y uno nos hemos construido inconscientemente por culpa de un confinamiento del que se hablará largo y tendido en los libros de historia de las próximas décadas.
La intimidad: una historia de escapatorias, encierros, incomunicación, nubosidad lisérgica, agujas en forma de poesía, ruralidad, vorágine urbanita.... Cuando el amor agoniza y no se le deja morir como es debido.
Frases o párrafos favoritos:
"La intimidad era esa casa temporal que nos acogió. No sé permanecer. No sé quedarme. La intimidad era ver cómo sufrías y no hacer nada por impedirlo; saber que no mereces a nadie mejor que yo, tener la certeza de que ni siquiera ibas a salir a buscarlo."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Barrett