DETECTIVES VICTORIANAS
LAS PIONERAS DE LA NOVELA POLICÍACA
Título: Detectives victorianas. Las pioneras de la novela policíaca.
Editor: "Michael Sims (Crossville, Tennessee, 1958) es el responsable de las compilaciones The Annotated Archt and Mehitable y Arsene Lupin, Gentleman-Thief. Entre sus obras de no ficción destaca especialmente El ombligo de Adán. Historia natural y cultural del cuerpo humano. Además, ha publicado numerosos artículos en New Statesman, Orion o The Washington Post." (Fuente: Siruela).
Autoras/es: W.S. Hayward, Andrew Forrester hijo, C.L. Pirkis, Mary E. Wilkins, Anna Katharine Green, George R. Sims, Gran Allen, M. McDonnell Bodkin, Richard Marsh y Hugh C. Weir.
Editorial: Siruela.
Idioma: inglés.
Traductora: Laura Salas Rodríguez.
Sinopsis: "en los últimos años de la era victoriana, la opinión pública británica estaba fascinada - ¡y preocupada! - por esa sospechosa figura conocida como la nueva mujer. Montaba en bicicleta, conducía esos peligrosos automóviles y no le gustaba en absoluto que le dijeran lo que tenía que hacer. También en la novela policíaca, estas mujeres rompían todas las reglas: en lugar de asistir a recepciones para tomar el té y conversar sobre las últimas tendencias en moda, estas detectives pioneras preferían perseguir a un sospechoso bajo la espesa niebla de Londres, tomar ellas mismas las huellas dactilares a un cadáver o, incluso, cometer algún delito menor para así resolver un caso especialmente difícil. Esta antología reúne por primera vez las más grandes luchadoras contra el crimen de la época - y también algunas selectas delincuentes -, como Loveday Brooke, Dorcas Dene o Lady Molly, predecesoras de las modernas damas del crimen. Relatos inteligentes y extremadamente divertidos, de mujeres que, por fortuna, se negaron a ocupar el estrecho lugar que la sociedad les tenía reservado." (Fuente: Siruela).
Su lectura me ha parecido: interesante, bien pensada, misteriosa, con grandes dosis de ese humor inglés que tanto me gusta, trasgresora, bien estructurada, desgraciadamente descompensada... No hay época que más condicionó a nivel histórico la deriva de Reino Unido que la conocida como Era Victoriana, cuya influencia abarcó, cronológicamente hablando, todo el siglo XIX. A los datos me remito, pues fue durante ese siglo donde tuvieron lugar algunos de los acontecimientos más cruciales de la historia del país. Presidido por una reina, Victoria I, cuyo reinado duro 64 años (hasta hace poco el más largo de la historia de los monarcas británicos) quien sería testigo directo e indirecto al mismo tiempo de los cambios que estaban por venir desde alguna de las lujosas estancias del enorme Palacio de Buckingham. Cuando la joven Victoria accedió al trono, Inglaterra era mayoritariamente rural y a su muerte, a los 63 años, el país se encontraba altamente industrializado. Las humeantes chimeneas de las fábricas se convirtieron con el paso del tiempo en el paisaje habitual de muchas de las grandes ciudades británicas, incluyendo su capital. Ninguna urbe se salvó de la fiebre industrializadora, logrando cambiar el paisaje y la distribución de los barrios ya existentes, así como la aparición de otros nuevos, más alejados, más opulentos, a las afueras de las ciudades, reservados para los privilegiados, lejos de la suciedad, la contaminación y la delincuencia del centro de las ciudades (ahora convertidos en barrios mayoritariamente obreros). La transición, por supuesto, no fue suave: colapsos, destrucción de una parte del paisaje agrario (el ferrocarril), motines, revueltas en las ciudades, protestas en el campo, epidemias de tifus y cólera, problemas de desabastecimiento, contaminación de ríos, estigmatización de barrios hasta entonces bien considerados, brechas salariales, pobreza, trabajo infantil... Sin embargo, en lo que a cultura y ciencia se refiere, la era victoriana encumbró a personajes como Charles Dickens, Thomas Carlyle, Charles Barry, las hermanas Brontë, Charles Darwin, Walter Scott, George Elliot, Lewiss Carroll, H. G. Wells, Bram Stocker, Oscar Wilde, Robert Louis Stevenson, Elizabeth Gaskell o Arthur Conan Doyle entre otros. Pero también, el periodo victoriano fue testigo de cambios sociales realmente beneficiosos para las mujeres tales como el derecho a la propiedad después del matrimonio, el divorcio y a pelear por la custodia de los hijos tras la separación. Sin embargo, si de algo fue testigo el siglo XIX británico, fue de las manifestaciones exigiendo el voto femenino así como del nacimiento de un nuevo concepto, el de la "nueva mujer". Es en este contexto de rápidos cambios y de convulsión social en el que debemos encuadrar los relatos que componen la siguiente antología. Detectives victorianas: la lucha contra el crimen tiene nombre de mujer.
La historia de como Detectives victorianas llegó a mis manos es bien sencilla, aunque tiene su por qué, un por qué estrictamente relacionado con mi adolescencia, momento en el que descubrí la novela policíaca. Corría el año 2009 o 2010 cuando cayó en mis manos La princesa de hielo, de Camilla Läckberg. Aún sigo sin saber quién me habló por primera vez de la autora sueca, es una laguna que mi memoria no me permite rellenar con un rostro perfectamente construido. De todas formas, lo que si recuerdo, y con especial angustia por cierto, fue ese Primero de Bachillerato tan horrible como productivo en cierto sentido, algo que lejos de finalizar, aún se prolongaría un curso más, un segundo año en el que, esta vez de verdad, iba a experimentar el verdadero miedo. Pero volvamos a aquel primer año, el año del comienzo de la angustia, en el que necesitaba desesperadamente una distracción. Por aquel entonces ya estaba sumergida en el teatro y con unas expectativas muy prometedoras de cara a las futuras representaciones que nos iban a llevar por Marano sul Panaro (Bolonia) y Navalcarnero (Madrid). Sin embargo, por las noches, cuando todo el mundo deseaba reposar la cabeza sobre la almohada, mi fuero interno rugía, ansiaba una lectura de verdad, de las que me tuviera enganchada durante semanas, días, horas. Una novela que, por supuesto, no supusiese una decepción. Quien puso en mis manos el primer ejemplar de la saga de Fjällbacka no era consciente de lo que había hecho, de toda la felicidad que durante años (pues a partir de aquel título cayeron los cinco siguientes títulos de la saga) me habían proporcionado aquellos libros, y por supuesto, su correspondiente lectura. Tras aquel empacho nórdico, cuyas consecuencias fueron mi paulatino alejamiento de todo lo que me sonase a "novela negra del norte de Europa", me acerqué a Suiza. Había oído que un autor sorprendentemente joven de aquellas tierras lo estaba petando con una novela cuyo raruno título ya inspiraba cierta curiosidad. Como no, se trató de La verdad sobre el caso Harry Quebert. Ese si que me tuvo hasta las tantas, devorando cada capítulo como si no hubiese un mañana. Me duele reconocerlo pero, el baño también se convirtió en mi lugar de lectura durante aquellas apasionantes semanas. Si alguien no puede evitar la tentación de llevarse un libro para leerlo mientras hace sus necesidades en el retrete, es que el libro en cuestión es bueno, muy bueno, excelente. Perdón por la grosería, pero, seguro que he dado en el clavo. Después de aquel segundo empacho salí un tanto esquilmada, fue tanta la novela negra (hasta retorne a las y los autores nórdicos de nuevo) que leí en tan poco tiempo que me juré "nunca más". Queridas y queridos lectores, un consejo: no juréis tan a la ligera porque luego pasa lo que pasa, que caemos en la tentación de nuevo. Está científicamente comprobado, y si no, ¿cómo explicas mi recaída? Sí, de mi recaída en la novela policíaca, pero esta vez de calidad, alejada del término "best beller" y que me ha permitido conocer a lo largo de estos últimos años a autoras y autores brillantes de cuya existencia desconocía. En otras palabras, los clásicos del género. Detectives victorianas formó parte de aquel nuevo acercamiento que, lejos de pasárseme, parece ir en un controlado ascenso. Una lectura que, lejos de disgustarme, me abrió las puertas de una potente y pertinente reflexión.
Centrándonos en la reseña propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Detectives victorianas, por desgracia, presenta una lectura doblemente desigual. En primer lugar, por una obviedad, ya que como siempre sucede en toda antología hay distintos niveles, estilos, perspectivas y sobre todo tramas que hacen de unos relatos mejores que otros. Es de lógica aplastante. Sin embargo, y a pesar de esta realidad, creo que estoy ante una de las antologías con mejor nivel literario, pues no ha habido ni un solo relato que no me haya horrorizado o parecido una tomadura de pelo. En segundo lugar, un clásico, de nuevo nos encontramos ante un volumen de relatos completamente descompensado en cuanto a igualdad, y no es la primera vez que la editorial Siruela incurre en el mismo error. No me tengo que ir muy atrás en su catálogo para encontrar otro ejemplo de como la desigualdad sigue imperando en las publicaciones de volúmenes de relatos (Historias de cine, publicada en el año 2017 y cuya reseña podéis encontrar si buceáis por estos lares es un ejemplo de desequilibrio y de falta de equidad). De los once relatos que componen el libro, cuatro están escritos por mujeres frente al resto escritos por hombres. ¿La única novedad? Que a Michael Sims, editor y encargado de escoger los textos de la presente edición, se le ocurrió incluir dos relatos escritos por Anna Katharine Green, una de las pioneras del género junto a C. L. Pirkis y Mary E. Wilkins, las cuales también aparecen en la antología. ¿Cuál es el problema entonces? La respuesta no puede ser más clara: equidad e igualdad significa que en una antología mixta deberían haber el mismo numero de relatos de mujeres que de hombres. Más que con la editorial (la cual no tiene la culpa de la escasa conciencia feminista de su escritor) deberíamos cargar las tintas contra Michael Sims, único responsable de que en su famosísima antología (sí, es un clásico dentro de los rescates editoriales) haya más autores que autoras. Y no me vale la excusa de que Green esté presente con dos relatos, el daño ya está hecho. Además, si la antología va sobre detectives victorianas, no habría sido más lógico prestar más atención a otras mujeres que escribían cuentos o novelas policíacas en dicha época. En fin. Una vez puestos los puntos sobre las íes, empecemos. Como ya hemos apuntado al principio de este párrafo, en Detectives victorianas hay mucha variedad dentro de un género tan aparentemente acotado como es el relato policíaco, y más estando ambientados en la época victoriana, época cumbre de este tipo de historias en parte gracias al incombustible Sherlock Holmes (creado por Athur Conan Doyle). Sin embargo, independientemente de que unos te gusten más que otros, observamos como, desde un orden cronológico bastante marcado (pues el primer relato que abre el libro es el más antiguo de los once) éstos recorren la evolución de la sociedad inglesa del XIX, así como todos los avances técnicos y cambios políticos e ideológicos que tuvieron lugar. Algo que, de cara a un lector muy predispuesto, abierto y con cierta pasión por la historia, le resultará una verdadera delicia. Siendo completamente sincera, para mi ha sido todo un descubrimiento toparme con estas historias, en especial con las de las ya mencionadas C. L. Pirkis, Mary E. Wilkins y Anna Katharine Green. El saber que en aquel vertiginoso siglo XIX existían mujeres que escribían sobre señoras de clase alta interesadas en esclarecer el último asesinato, robo o misterio acontecido en la siempre intrigante Londres no puede más que provocarme admiración. En cuanto a ellos, me quedo con "El arma desconocida" de Andrew Forrester Hijo (pseudónimo se cree que inspirado en los históricos hermanos Forrester, detectives todos) y con "Las muescas del bastón" de M. McDonnell Bodkin (quien coqueteó con la política logrando un escaño en el Parlamento y de quien el editor Michael Sims asegura "debía estar cansado"). Por último, felicitar a la editorial por la cuidada edición de este libro, empezando por su encuadernación y división de los relatos (con pequeñas biografías de las autoras y autores incluidas) y acabando por su espectacular portada, tan ilustrativa como poderosa en su mensaje.
Hemos hablado largo y tendido sobre el concepto de la "nueva mujer" en este espacio de debate y opinión. Mujeres adelantadas, que conducen automóviles, que tienen intereses intelectuales, que no se conforman con permanecer en casa al cuidado de los niños, algunas ni siquiera se plantean en tenerlos, autónomas, independientes, con opiniones propias y, por supuesto, que no dudan en subirse a una bicicleta y pedalear hasta llegar a su destino, fuese el que fuese. Nunca una portada, repito, ha contado tanto ni reflejado a la perfección lo que socialmente se asociaba con esa mujer que había venido para quedarse. Sin embargo, y aunque sé que este tema da para más de una reflexión al respecto, al reencontrarme con Detectives victorianas no he podido evitar preguntarme por las primeras, las de carne y hueso, las verdaderas pioneras en esto de investigar y combatir la delincuencia. Aquellas mujeres que se patearon las calles en busca de pruebas, indicios, testigos para zanjar sus casos sin resolver. En una pequeña investigación, descubro, para mi desgracia, que en Inglaterra, no se conocen muchos nombres de dichas mujeres, pero sí el hecho de que en 1908 la Revista Gedón recoge la noticia de la creciente incorporación de mujeres en la agencia de detectives londinense Simmond. Fuera de las fronteras británicas, las mujeres detectives y espías proliferaban. Sin ir más lejos, en Estados Unidos nos topamos con Kate Warne, la considerada como primera detective de la historia de E.E.U.U., así como otros nombres igual de ilustres como Belle Boyd (espía confederada durante la Guerra de Secesión) o Hattie Lauton (otra de las primeras detectives). Lamentablemente, en España, no conocemos el nombre de la primera mujer que combatió el crimen. De hecho, hago un llamamiento a todas y todos mis seguidores, si alguien sabe su nombre, por favor, que no se lo calle y lo escriba en los comentarios. De este modo, estaríais haciendo un gran favor a la sociedad visibilizando y rescatándola de ese olvido al que han condenado a un grueso numero de nuestras antepasadas, y de entre todas ellas, seguro que a muchas intrépidas investigadoras. Si hablamos de mujeres detectives, no podemos obviar a su antagonista, su motivación, su identidad a revelar, capturar, atrapar, enchironar. ¡Pero ojo! No todos fueron hombres, en el siglo XIX también fue testigo de las fechorías y atrocidades de mujeres cuyos nombres, esta vez sí, han conseguido pasar a la historia. Por centrarnos en la cronología que nos ocupa, es decir la era victoriana, la lista parece no acabar. Mary Ann Cotton (condenada a muerte por envenenar a su hijastro Charles Edward Cotton), Christiana Edmunds (a la que la prensa apodó como la "Asesina de la crema de chocolate) o Amelia Dyer (cuya crueldad quitando la vida a niños recién nacidos con su negocio de "baby-farming", niños no deseados a cambio de grandes sumas de dinero, no tenía límites). Pero si hubo una asesina icónica en la Inglaterra victoriana esa fue Mary Pearcey, quien el 24 de octubre de 1890 asesinó a la mujer de su amante y a su hija de pocos meses de vida. La brutalidad y el ensañamiento fueron tales que no pocos expertos señalaron la posibilidad de que en realidad Jack el Destripador fuese una mujer, y en concreto Mary Pearcy, a quien la horca puso fin a su vida con tan sólo 24 años de edad. Estas dos realidades, la de las mujeres detectives y la de las mujeres asesinas, nos viene a confirmar dos cosas. La primera, que la condición femenina no es un impedimento para que cualquier mujer con inquietudes y talento para resolver crímenes pueda llevar todo el peso de una investigación, e incluso llegar a lugares y ambientes a los que ningún hombre podría acceder sin levantar sospechas. Y la segunda, que las mujeres también pueden llegar a ser las criminales más despiadadas, sanguinarias y retorcidas de la historia. Detectives victorianas: historias de misterio, tensión, flema, humor británico, astutas investigadoras, perversas delincuentes... Una antología para leer, releer, revisar, tomar notas y guardarla como un tesoro.
Frases o párrafos favoritos:
"Al igual que Holmes, Dene es detective profesional y también una apasionada guardiana de las causas justas. Su mundo esta lleno de tragedias y desgracias, violencias alcoholizadas y traiciones familiares. En un relato, rescata a la primera esposa de un multimillonario, enjaulada y drogada, del escondite en el que muere lentamente envenenada. Aparte de ignorar la ley en ocasiones, Dene comete un solo crimen: llamar a su bulldog Toddlekins."
Película/Canción: a falta de una adaptación cinematográfica de alguno de los relatos nombrados a lo largo de esta reseña, he decidido adjuntar la pieza que me ha acompañado durante su redacción. No sé por qué, pero siempre me transporta a esta época y a su misterio.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Siruela
LO tengo apuntadísimo, a mí estas historias me encantan.
ResponderEliminarBesos
Qué pedazo de reseña! Un gustazo leerte. Y sin duda, este libro lo tengo que leer.
ResponderEliminarBesotes!!!
Pues lo gracioso de esto es que uno de los "relatos" de Anna Katharine Green ni siquiera es un relato, es el primer capítulo de un libro (tal cual), libro que está publicado en España por la editorial dÉpoca. Desde que lo vi sigo sin entender por qué han incluido un capítulo de un libro como si fuese un relato aislado.
ResponderEliminar¡Besote!