LA TIERRA DE POCA LLUVIA
Título: La tierra de poca lluvia.
Autora: Mary Huner Austin (1868-1934) fue novelista, dramaturga, poeta y una pionera del movimiento feminista y de los derechos de las minorías indígenas de Norteamérica. Figura destacada de la literatura de su tiempo, entre sus amigos se contaron Ambrose Bierce, Jack London y Sinclair Lewis. Además de La tierra de poca lluvia, considerado un clásico en su género, escribió obras como The basket woman y The arrow maker, centradas en la vida de las tribus indias. Su libro Taos pueblo, que incluye fotografías de Ansel Adams y del que se lanzó una reducida tirada de poco más de cien copias, es hoy una apreciada rareza bibliográfica. La tierra de poca lluvia fue adaptada a la televisión en 1989, con Helen Hunt como protagonista. (Fuente: Hermida Editores).
Editorial: Hermida Editores.
Idioma: ingles.
Traductor: José Luis Piquero.
Sinopsis: la sensibilidad de Mary Hunter Austin ha sido comparada con la de Thoreau, Muir o Edward Abbey, quien prologa una de las ediciones americanas del libro. Su exquisito lenguaje da vida a una espiritualidad centrada en la tierra, siendo precursora en la opinión de que el paisaje es esencialmente femenino: fértil y generoso, seductor y hechicero. Las mujeres sobreviven en un territorio dominado por una naturaleza ingobernable. Austin nos describe a una mujer para la que es más fácil vivir sin marido que lo previsto por las convenciones sociales. Leyendas de minas de oro y otras como las del Hassaympa, que consigue que quien bebe de sus aguas vea los hechos bajo el prisma romántico, y del que la misma autora bebió en dos ocasiones. La enseñanza que podemos extraer del libro es que quien sea capaz de vivir en estos paisajes que parecen desolados descubre que las míseras preocupaciones del mundo civilizado no tienen importancia.
Su lectura me ha parecido: profunda, bella, estilísticamente concreta, estética, única, íntima, observadora, ecologista, pionera, una joya dentro del "Natural Writing"... Existe en el mundo un lugar bautizado con el terrible nombre de el "Valle de la Muerte". Y a juzgar por las imágenes que aparecen en el buscador de Google, al instante comprendes por qué se llama así. No, no es el lugar en el que habita Lucifer en persona - aunque bien podría - ni estamos ante una especie de volcán expulsando furiosa lava de su cráter. De hecho, según como se mire, se podría considerar una belleza a ojos del ser humano a pesar de su abrasador aspecto. Ubicado al sureste de California, el Valle de la Muerte tiene el dudoso honor de poseer dos de los desiertos - el de Mojave y el de Colorado - más áridos de los Estados Unidos, siendo su punto más alto el Telescope Peak ( a 3,366 metros). No muy lejos de allí fluye el río Amargosa, albergando una pequeña depresión llamada Badwater, que con 86 metros por debajo del nivel del mar se convierte en el punto más bajo de Norteamérica. Desde hace siglos sus tierras son el hogar de la tribu de nativos americanos Timbisha, cuyo nombre hace referencia al ocre rojo que se puede elaborar a partir de una arcilla muy abundante en el lugar. Actualmente algunas familias pertenecientes a esta tribu siguen viviendo allí, aunque desposeídas de su forma de vida tradicional. La historia del Valle de la Muerte es trágica, ya que en sus tierras perecieron muchos pioneros que, movidos por la famosa fiebre del oro, en su intento por incursionar en él. En 1850, y tras haber extraído tanto oro como plata, se descubrió el Bórax - imprescindible para la fabricación, décadas más tarde, de detergentes y pesticidas así como en la industria joyera - y desde entonces no se ha dejado de explotar la zona. Aunque hay informes que lo desmienten, se dice que el 10 de julio de 1913 con una temperatura de 134 grados se convirtió en el lugar más caliente de la tierra. Verdad o no, a día de hoy todavía no ha habido ningún lugar que haya sobrepasado dicha escalofriante marca, aunque tiempo al tiempo. Por otro lado, y no menos importante, el Valle de la Muerte ha sido escenario de numerosas películas y morada de La Familia Manson desde que en 1968 ocuparon dos ranchos abandonados en sus alrededores. Sin embargo, entre todo este anecdotario cabría mencionar a la escritora Mary Hunter Austin, cuyo libro tengo hoy el placer de reseñar, mira al valle desde una perspectiva naturalista, social y de género. Muy en consonancia con su actitud adelantada para su época y con la propia idiosincrasia del paisaje. La tierra de poca lluvia: un cielo inmenso sobre el "País de las Fronteras Perdidas".
Desde hace unos años lo que hoy conocemos como "Nature Writing" - o literatura sobre naturaleza - se ha convertido en un pilar fundamental de toda librería que se precie. Un género literario de origen puramente norteamericano (inspirado en las diferentes investigaciones de carácter antropológico y biológico que estaban teniendo lugar en Inglaterra) que desde mediados de siglo XVIII no ha dejado de dar a luz algunos de los textos más influyentes de los últimos tiempos. Toda una paradoja si tenemos en cuenta que actualmente Estados Unidos es uno de los países más contaminantes del mundo y cuyo presidente niega rotundamente la existencia del cambio climático. Incoherencias históricas a parte, lo que está claro es que la preocupación por el medio ambiente, así como la reflexión en torno a la búsqueda de sociedades utópicas en las que el ser humano convive con la naturaleza en plena harmonía, tuvieron gran repercusión, siendo el siglo XIX el momento en el que esta primera ola del "Nature Wtriting" traspasaría fronteras. Sin duda, el Walden de Henry David Thoreau fue y sigue siendo el libro más famoso de esta corriente literaria y durante años el modelo que autores y autoras tomaron como referente. En él, su autor narra los dos años, dos meses y dos días que vivió en una cabaña construida por él mismo y próxima al lago Walden - de ahí el título del libro - . Con esta existencia tan solitaria, sostenible y libre, Thoreau pretendió reflejar varias cosas: por un lado, demostrar que la vida en la naturaleza es la mejor para todo aquel que ansíe con liberarse de las cadenas de una sociedad industrial, y por el otro, concienciar de la importancia de los recursos naturales así como de su correcto aprovechamiento. Con Walden, Thoreau se adelantó un siglo a las primeras protestas ecologistas al calor del movimiento contrario a la Guerra de Vietnam y el movimiento Hippie. Quién le iba a decir que 161 años después una joven llamada Greta Thunberg asistiría a las cumbres climáticas para exigir a los líderes de las potencias mundiales medidas urgentes para combatir el cambio climático. Unas medidas que por supuesto, parten de Thoreau y de tantos otros autores que introdujeron por primera vez términos como reciclaje o economía colaborativa. Sin embargo, como siempre sucede, son pocas las autoras que nos han llegado del pasado que como Thoreau, Emerson y tantos otros se preocuparon por la sostenibilidad y de ofrecer una visión más o menos atractiva de la vida en el campo. Y de entre todas ellas, el caso de Mary Hunter Austin se revela como uno de los más particulares, no sólo por ensalzar la belleza de un lugar en el que muy pocos querrían vivir, también por hacerlo desde una mirada femenina y comprometida con los derechos tanto de las mujeres como de los nativos americanos.
Mary Huner Austin, además de codearse con escritores de la talla de H.G. Wells o Jack London entre otros, dedicó toda su vida al estudio de la vida de los nativos americanos en los distintos desiertos de California. Una pasión intelectual que le llevó a instalarse durante gran parte de su biografía en el ya citado Valle de la Muerte y que plasmó en distintas obras - las cuales esperemos que sean traducidas al español más pronto que tarde - entre las que sobresale La tierra de poca lluvia. Es en medio de la suave arena del desierto de Mojave, las montañas de roca rojiza, los vestigios de la ocupación por parte de los colonos y las distintas leyendas que sobrevuelan el lugar donde Austin sitúa al lector, haciéndole partícipe del paisaje y de su extrema climatología. Muchos han definido este libro como un acto de amor hacia la naturaleza y las distintas formas de acercarse a ella, y sinceramente, creo que en esta ocasión han dado en el clavo porque, más allá de un estilo que bascula entre lo pragmático y lo poético, Austin consigue que nada más finalizar su lectura nos entren ganas de comprar unos billetes y viajar a la California más desconocida. Esa en la que las mansiones, las hamburgueserías, los estudios de cine o las estrellas de un kilométrico paseo no tendrían cabida. Más bien estorbarían, viciarían, en definitiva, estropearían un lugar ya de por sí mágico sin necesidad de focos o efectos especiales. A través de los ojos de Austin observamos el sol posarse sobre las montañas (y esos tonos anaranjados y azulados que la tenue luz deja a su paso). Morimos de calor en pleno desierto mientras la arena se eleva sobre nuestros pies. Saludamos al viento - protagonista de estos textos - mientras sentimos su suave movimiento acariciando nuestras mejillas. Atisbamos, a lo lejos, una pequeña casa de madera en medio de la nada (seguramente levantada durante la fiebre del oro que consumió a más de un aventurero). Nos dejamos aconsejar y guiar por sus ancestrales habitantes de los cuales, esta vez sí, no podemos evitar fiarnos a pies juntillas. Aprendemos de su cultura, de sus oficios, de sus paseos, hasta de como se teje un cesto. Si hasta el tejón se convierte en uno más de la familia. Esta familia llamada biosfera. Sin embargo, no todo es bello en el gran desierto. En él también hay sombras, inconvenientes, piedras en el camino y, en ocasiones, un ambiente extraordinariamente sórdido. Consciente de sus conocimientos, Austin no pone éstos a disposición de la imaginación del lector, sino que en sus catorce píldoras literarias - en las que se alterna el relato y el ensayo - lo terrenal se antepone a lo sublime. La autora no se inventa un lugar, ni siquiera trata de hacerlo más atractivo de lo que en realidad es, simplemente pone las cartas sobre la mesa. Y aunque el poso de la leyenda nos nuble a veces el entendimiento, no debemos olvidar que es uno de los lugares más secos del planeta, y que por tanto, esos billetes debemos comprarlos con conocimiento. Tal y como dicta el sentido común, tal y como querría la propia Mary Hunter Austin.
Leyendo La tierra de poca lluvia no pude evitar acordarme del personaje de Ada McGrath - bellísimamente interpretado por Holly Hunter - en la película El Piano. En ella, el espectador es testigo de una serie de escenas exuberantes tanto por su hermosura como por el papel que juega la naturaleza autóctona en el significado intrínseco de la cinta. En ellas, vemos a Ada McGarth y a su hija Flora - a quien da vida Anna Paquin - como son llevadas en volandas por los marineros hasta llegar a la orilla de una remota playa de Nueva Zelanda. Una vez allí, ambas deben esperar a que un grupo de trabajadores del que será el futuro marido de Ada vayan en su ayuda, ya que la agreste orografía hace imposible el traslado de sus pertenecias. Haciendo uso de los hierros que abultan sus enormes faldas, consiguen construir un refugio en el que poder pasar la noche. No debemos olvidar que la película está ambientada en el siglo XIX, por lo que la moda de la mujer de dicha época era bastante llamativa y compleja. Si avanzamos en su visionado, observamos como los árboles en ocasiones actúan como protectores y obstáculos al mismo tiempo. Como la playa - y sobre todo el piano que en ella habita por culpa del marido de Ada - simboliza la libertad. Como las raíces dificultan sus pasos. Como las montañas ejercen un poder intimidatorio sobre sus nuevos huéspedes. Como el barro se aferra a los pies manchándolos e inmovilizando su huida cuando el peligro acecha tras el filo del hacha. Como los aborígenes neozelandeses - cuya presencia a lo largo de la película es notoria - son de los pocos que saben domar a la hostil flora y fauna. Y por supuesto, como la profundidad de sus aguas son capaces de llevarse consigo lo que más apreciamos, tanto si estamos de acuerdo como si no. Las cordilleras, los lagos, los bosques... Todo juega en contra de las mujeres. Al menos en lo que a convivencia con dicho paisaje se refiere, ya que hasta hace poco a nosotras no se nos solía educar para que las escalemos, los naveguemos o los atravesemos. Calladitas, modositas y serviles. Así de simple. Como Ada en El Piano. Un personaje que representa el lado más extremo de este opresor patriarcado (la pobre ni siquiera es capaz de articular palabra además de sufrir constantemente una doble represión: la artística y la sexual). De ahí que durante siglos fuesen pocas las que se atreviesen a subir las grandes montañas, recorrer las rutas más largas del mundo o que simplemente se asentasen en aquellos lugares impensables por estar desprovistos de las comodidades que ofrecen las pequeñas y grandes ciudades. A esas, muchos las tildaban de locas o simplemente eran consideradas hombres pues se lanzaban a la aventura en un mundo en el que eran una pequeña minoría. Por fortuna, las cosas han cambiado, hasta el punto de que ya no se nos hace raro encontrarnos mujeres en grupos senderistas o entrenando para subir al Everest. En ese sentido, por las pioneras y por las que vivieron al margen de los dictados de la sociedad machista de su tiempo en lugares impensables, debemos acercarnos a ellas, a figuras como la de Mary Huner Austin, cuyo ejemplo puede dar alas a futuras intelectuales, biólogas, aventureras, escritoras o simplemente amantes del maravilloso espectáculo que la naturaleza nos brinda todos los días del año. Y todo ello sin necesidad de tener una pantalla delante.
La tierra de poca lluvia: catorce historias de aprendizaje, feminismo, dificultades, acantilados, animales salvajes, aridez, etnología, orígenes, virtudes, peligros... Un libro que querrás llevarte a todas partes, hasta los lugares más impredecibles.
Frases o párrafos favoritos:
"Una tierra de ríos perdidos, con muy poco en ella que se pueda amar; pero una tierra a la que, una vez que se visita, hay que volver inevitablemente. Si no fuera así, poco habría que decir de ella".
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Hermida Editores
Un libro que no conocía. Y me dejas con ganas de conocer todas las historias que tiene dentro.
ResponderEliminarBesotes!!!
no conocía este libro aunque la temática no me es extraña: Thoreau, como bien dices es un importante representante de esta corriente literaria, aunque confieso que a nivel filosófico, el planteamiento de este a mi, me parece de lo más equivocado y muy en consonancia con la actitud promovida actualmente por quienes más daño hacen a los ecosistemas. No se si este es el caso de la autora que hoy nos traes, así que habrá que leer el libro que nos presentas.
ResponderEliminarUna reseña excelente que nos descubre a una autora olvidada y reivindica el papel de la mujer en un ámbito tradicionalmente masculino, aunque en España, contamos con una pionera de la aventura y el alpinismo en el Himalaya.
Hola! No conocía el libro pero lo cierto es que me gusta mucho la ambientación así que me lo apunto. Muchas gracias por tu reseña.
ResponderEliminarUn saludo!