TIERRA DE MUJERES
Título: Tierra de mujeres. Una mirada íntima y familiar al mundo rural.
Autora: María Sánchez (Córdoba, 1989). Es veterinaria de campo y colabora habitualmente en medios escribiendo sobre literatura, feminismo, ganadería extensiva y cultura y medio rural. Coordina el proyecto Las entrañas del texto, desde el que invita a reflexionar sobre el proceso de creación, y Almáciga, un pequeño vivero de palabras del medio rural de las diferentes lenguas de nuestro territorio. También es responsable de la sección Notas de campo en Carne Cruda Radio, un diario sonoro desde los márgenes centrado en historias, personas y animales que habitan nuestro medio rural. Sus poemas han sido traducidos al francés, al portugués y al inglés. Es autora del poemario Cuaderno de Campo (La Bella Varsovia, 2017).
Editorial: Seix Barral.
Idioma: español.
Sinopsis: María Sánchez es la primera mujer de su familia en dedicarse a un oficio desempeñado tradicionalmente por hombres. Su día a día como veterinaria de campo pasa por recorrer España en una furgoneta y vencer la desconfianza en un entorno masculino como es el rural. En este personalísimo ensayo, la escritora se propone servir de altavoz y dar espacio a todas las mujeres silenciadas en el campo, que tuvieron que renunciar a una educación y a su independencia para trabajar la tierra y cuidar de los suyos. A partir de historias familiares de la autora y de reflexiones sobre ciencia y literatura fruto de sus lecturas, Tierra de mujeres viene a llenar un vacío en el debate actual sobre el feminismo y la situación de la España rural, sin olvidar algunos conflictos que la asolan, como la despoblación y el olvido de los pueblos, la explotación de los recursos naturales o las condiciones laborales. Hija y nieta de veterinarios, heredera de los valores de una familia vinculada desde hace años al campo y a los animales, María Sánchez nos alerta del peligro de perder un patrimonio transmitido de generación en generación y nos ofrece estas páginas una visión realista de la vida rural, muy alejada de postales bucólicas y visiones nostálgicas.
Su lectura me ha parecido: amena, sencilla, rápida, lírica, con reflexiones que escapan a lo común, potente en su discurso, autobiográfica en su totalidad, exenta de bucolismo, realista, muy necesaria ahora y siempre... Aunque nací en la que es considerada, según el número de personas que habitan en ella, la tercera ciudad más poblada de España, mi infancia, y sobre todo mis veranos, no se entenderían sin el pueblo. No lo elegí yo, ni mis padres, simplemente dio la casualidad de que mi abuela paterna nació en uno - situado en el Bajo Aragón y a pocos kilómetros de la frontera con Guadalajara - pequeño, de muchas cuestas y en una casa que antaño perteneció a sus padres y sus abuelos. Pasar unas semanas en aquel lugar era como viajar en el tiempo, a un lugar de calles empedradas, paredes de cal, rejas de hierro y una iglesia que, desde la mirada de mi yo de siete años, se asemejaba más a un castillo. Con su torre, su robustez, su tosquedad, levantada sobre una roca, elevada, altiva, observando por encima del hombro toda aquella hilera de tejas rojizas. Ir al pueblo significaba no pasar calor por las noches - ahora con el cambio climático el recuerdo de aquel cine de verano nocturno viendo Las Crónicas de Narnia en chaquetón en pleno agosto se me antoja un espejismo - leer a la fresca, redescubrir todos los rincones de la casa, asomarse por el ventanuco que conecta la sala de estar con la habitación de mis abuelos, bajar a la plaza, pasear hacia la fuente más cercana, comer una paella en el monte, inventarme juegos en la orilla del río, imaginar que detrás de los pinos se esconde una criatura invisible pero malvada - todavía esa obsesión literaria me persigue - atiborrarse a pipas - cuanto más saladas, mejor - degustar las almojábanas con una onza de chocolate almendrado en su interior, recoger espliego, descojonarse de las y los cotillas de turno - siempre al acecho behind the muro - visitar Teruel o algún pueblo de alrededor, convivir con la posibilidad de encontrarte con una vaca o un rebaño de cabras cerca de donde estás merendando, subir, bajar y en última instancia, respirar la pureza de ese aire que, en las grandes urbes, acaba totalmente viciado. Siendo adulta mi mirada ha cambiado, bastante diría yo, pero me niego a desechar de mi memoria aquellos recuerdos de infancia, en los que me sentía especial por pasar parte de agosto en un pueblo, mi pueblo, mientras muchos compañeros de clase ni siquiera tenían uno o directamente eran empaquetados y enviados al apartamento en la playa. A estos últimos les tenía un pelín de envidia, lo reconozco, pero aprendí a asociar mis veranos con dichas estancias. Aunque el mar estuviese a kilómetros de la cuesta de Santa Lucía. En mis recuerdos también están ellas: amigas, vecinas, conocidas, primas y hermanas de mi abuela. Los rostros de algunas de ellas se han ido diluyendo con el paso del tiempo, sin embargo, otros permanecen, inalterables, alojados en algún rincón de mi cerebro. Mujeres de campo a las que pocas veces se me ocurrió preguntar sobre su día a día, sus gustos, sus opiniones sobre cuestiones trascendentales, su niñez, esos sueños que alguna vez tuvieron y de los que todo el mundo desconoce, su visión del mundo rural... En definitiva, sobre su vida y su relato, siempre en los márgenes y que hoy, una autora española de la que todas y todos debemos estar muy pendiente, rescata para situarlos en primera fila, en el centro del debate entorno a la España rural. Tierra de mujeres: un bello homenaje a las olvidadas entre rebaños, bancales y cazuelas de barro.
Lo primero que pensé nada más finalizar la lectura de Tierra de mujeres fue que por fortuna, en España, habíamos tenido grandes obras que nos han acercado al campo desde múltiples perspectivas. Desde una más amable y un tanto idealizada, hasta la más cruenta y hostil de todas, pasando por aquellas en las que abundan los topicazos más hirientes. Como veis, para gustos los colores. Sin embargo, en cuanto me puse a recordar los nombres de sus autores me venían a la cabeza precisamente eso, nombres de autores, en especial Miguel Delibes - a quien le debo respeto eterno por el escalofrío que recorrió mi cuerpo cuando leí Los santos inocentes - y las pocas autoras que lograba recordar eran extranjeras prácticamente en su totalidad. Sobre todo estadounidenses, como ya comenté en una reseña anterior, cuna del Nature Writing. Sin embargo, y precisamente gracias al auge de este género de gran impronta ecologista, muchas y muchos de nosotros hemos comprobado la cantidad de escritoras y escritores que se han lanzado de lleno a la aventura de escribir y reflexionar sobre la naturaleza, la importancia de preservarla y los usos responsables que debemos hacer de ella. Lejos de ser un género muy asentado en España - aunque ya podemos leer algún nombre en español encabezando el título de un libro adscrito al mismo - lo cierto es que aquí nos ha ido más la novela, el cuento y esas historias de la España interior con un inquebrantable toque costumbrista, a partir del cual ha acabado oscilando al policiaco, al terror, a lo juvenil, a lo social o a maneras más propias del western. De ahí que me impactase en su momento toparme con un ensayo como el de María Sánchez en el que, no sólo se aleja de las formas tradicionales del Nature Writing para hablarnos de algo novedoso si tenemos en cuenta todo lo publicado y escrito acerca del campo español, también el hecho de que la autoría fuese femenina acrecentaron mi interés por esta lectura. Algo me decía que aquel breve ensayo iba a ser importante, que me iba a gustar, que iba a suscitar unas cuantas reflexiones, que estas pulularían por mi cabeza durante meses y que, por supuesto, conseguiría removerme por dentro, sentir nostalgia, revivir, en última instancia, todos aquellos recuerdos de la infancia ya expuestos en el primer párrafo. Se que desde el discurso de alguien procedente de lo urbano suena un tanto vacío, frívolo si lo preferís, y es cierto, yo no sería la más indicada para hablaros de la vida en un pueblo más allá de una experiencia año tras año vivida cuando llega el mes de agosto. Mi visión es la de quien lo vive un rato, tres semanas, un mes como mucho. De quien observa y se impregna. Pero para cuando ha conseguido habituarse, enseguida se tiene que marchar. Uno de mis deseos escritoriles más ambiciosos es llegar a escribir una novela de temática inminentemente rural. Si hasta tengo la idea, un resumen de la trama y los personajes. No obstante, le falta maduración, experiencia, verdad y por supuesto más trabajo de documentación y lectura. En ese sentido, de cara al futuro proyecto novelístico, María Sánchez tiene mucho que enseñarme.
Estructurado en dos partes, María Sánchez nos toma de la mano y nos conduce a través de la historia de las mujeres que trabajaron y trabajan la tierra cuyo relato, como ya he comentado antes, nunca había sido tenido en cuenta hasta ahora. De ahí la importancia, a mi parecer, del texto que hoy reseño. Al restituir y ponerles voz a todas aquellas pastoras, agricultoras, ganaderas y - en la mayoría de los casos - obreras del hogar el resultado no deja de ser revolucionario. Si cambias el paradigma, el canon, o lo que es lo mismo, el discurso dominante (siempre masculinizado) abres indirectamente un camino para que, futuras generaciones de escritoras, especialmente vinculadas al mundo rural, se atrevan a imaginar historias con personajes femeninos alejados de la concepción tradicionalista o caricaturesca. Además, María Sánchez ha conseguido que se hable de ellas, incluso en los medios de comunicación, desde una perspectiva poderosamente feminista, dirigiendo nuestras miradas hacia el campo, esa España que muchos creen poblada de paletos y personajes pintorescos, esos pueblos en los que las mujeres llevan años luchando por sus derechos en un entorno, recordemos, dominado mayoritariamente por los hombres. Cuando pensamos en la figura del pastor pensamos en eso, en un pastor, pero no en una pastora. Parece que en nuestro imaginario colectivo el que una mujer sepa dirigir y controlar un rebaño de cabras no es concebible. Lo mismo sucede en otros ámbitos. Todos son agricultores, esquiladores, ganaderos, queseros, pescadores en el caso de que el pueblo esté cerca del mar o veterinarios de campo - profesión que ejerce la propia autora - entre otros muchos oficios relacionados. Desde una prosa que sorprende por su sencillez María asienta las bases de lo que podríamos denominar como feminismo rural, el cual siempre ha estado presente en las reivindicaciones y manifestaciones del Día de la Mujer Trabajadora pero que, en las huelgas de 2018 y 2019 respectivamente ha conseguido por fin visibilizarse. Precisamente de eso trata la primera parte del ensayo, de activar la voz de las mujeres que viven en el campo, y no sólo a aquellas que profesionalmente trabajan en negocios, cooperativas, como autónomas o son dueñas de empresas del ámbito. También a aquellas que han cocinado, limpiado, cuidado de sus hijos, en definitiva, dedicadas a las tareas domesticas que, aún así, cuando sacaban tiempo (por decirlo de alguna manera) no dudaban en ayudar al marido en las tareas agrícolas sin recibir nada a cambio. Sin duda, una reivindicación brutal para esas heroínas invisibilizadas que podemos reconocer en nuestras madres y abuelas.
Por otro lado, en su segunda parte, Sánchez muestra a través de anécdotas personales y familiares la verdadera realidad de vivir en un pueblo. Haciendo homenaje a las tres generaciones de mujeres importantes para ella - la de su tatarabuela, la de su abuela y la de su madre - desde una mirada entre nostálgica y llena de agradecimiento. A ellas, tal y como escribe en el presente ensayo, les debe mil y un enseñanzas, y de entre todas la más importante: sacar a la luz sus historias para convertirlas en modelos inspiracionales. Por otro lado, María Sánchez - una apasionada de la biología - no deja de exponer sus conocimientos acerca de la fauna y la flora que envolvieron su infancia y de las que bebe todos los días a la hora de desempeñar su trabajo como veterinaria de campo. Su visión de éste no es condescendiente, ni está maquillada, al contrario, la autora la muestra tal y como es, sin paños calientes, destacando la belleza del entorno y las virtudes que puede tener, pero sin esconder las desventajas que a su juicio son las causantes de las dos percepciones de la vida rural: o la extremadamente negativa o la extremadamente idílica. Para lograr un equilibrio, Sánchez apuesta por un trasvase de conocimientos entre el campo y la ciudad. Que el campo adopte algunas de las características de la visión urbanita (conexión a internet, fortalecimiento de las actividades culturales, mejora de comunicaciones...) y que la ciudad, en un acto recíproco, abra sus puertas a nuevas formas de consumo y trasporte más sostenibles y que impliquen un mayor acercamiento a la naturaleza. De esta forma se abriría la veda para acabar con los estereotipos y las concepciones simplistas que tanto daño han hecho a ambos entornos. Y lo mejor de todo es que este discurso tan oportuno y novedoso llega con gran facilidad al lector, sin una pizca de superioridad intelectual, como si con su escritura la autora se aplicase la máxima de "cuanta más gente lo lea mejor". De hecho, hay que reconocer ese acertado toque lírico - no debemos olvidar que María Sánchez cultiva con bastante destreza el campo de la poesía - que de alguna manera acompaña a la perfección su discurso. Reconozco que este aspecto, al principio, fue uno de los que más me chirrió, ya que de buenas a primeras me esperaba una lectura más profunda, con más datos, más voluminosa incluso. Pero tras cerrar la última página llegué a la conclusión de que a veces, un lenguaje sencillo consigue ampliar miras, y más cuando la intencionalidad del ensayo es precisamente la de concienciar a un mayor número de personas, visibilizar una injusticia o reivindicar una forma de mirar al mundo muy particular. Y en ese sentido, a pesar de no toparme con ese texto sesudo que había concebido en mi cabeza, creo que el objetivo se ha conseguido con creces. Por ir poniéndole punto y final a la redacción de la presente reseña, recapitularemos diciendo que Tierra de mujeres es una mezcla entre manifiesto que rompe el espejo de lo preconcebido respecto a lo rural y una profunda reflexión entorno al carácter paternalista, machista y clasista de las ciudades respecto al campo. Además de conseguir que como lectores nos cuestionemos la voz que siempre ha predominado en el mundo rural. Es cierto, Delibes fue un apasionado de la forma de vida de la España interior y uno de los que mejor supo describirla a través de sus novelas. Sin embargo la mirada de Delibes no ahonda en la vida de esa mujer que cuida a sus hijos por la mañana y por la tarde ayuda a su marido con las cabras, en la de esa niña a la que sacaron a los nueve años del colegio para ayudar a sus padres en el huerto o en la de esa anciana que toma la fresca en la puerta de su casa y que ha sido testigo de la evolución de los acontecimientos y de la historia de su pequeña aldea a punto de desaparecer. Ahora, gracias a María Sánchez, existe un aliciente muy poderoso para empuñar el lápiz y contar, por fin, su historia.
Tierra de mujeres: un libro de descubrimiento, belleza, visibilidad, autenticidad, reconocimiento, recuerdos, experiencias adquiridas, amor por la naturaleza... Un canto reivindicativo al trabajo de la mujer rural.
Frases o párrafos favoritos:
"Es obvio que el papel de la mujer en el medio rural es fundamental y que no es posible un territorio sin una política agraria que tenga en cuenta la perspectiva de género. Que la lucha de las mujeres ha permitido recuperar su espacio y levantar la voz sin miedo. Porque está unidas, porque se reconocen y pelean juntas por sus derechos, caminan hacia la igualdad. ¿Pero qué ocurre con las mujeres que siguen a la sombra?"
¡Un saludo, a seguir leyendo y feliz verano!
no conocía este libro, pero creo que esta vez lo dejo pasar, pues aunque me ha gustado mucho tu reseña, lo que cuenta el libro no me resulta interesante, a pesar de compartir la reivindicación de la autora respecto a la importancia de valorar el trabajo de las mujeres en el mundo del campo y la ruralidad.
ResponderEliminarNo comparto sin embargo la idea de que los problemas de la España vaciada vayan a solucionarse con wifi, ADSL y vías férreas. Es indudable que estas cosas son importantes para que la gente de los pueblos pueda vivir en el siglo XXI y tener acceso a los recursos que ofrece la vida moderna, sin embargo, el problema del vaciamiento demográfico tiene a mi juicio más que ver con las expectativas laborales: ¿quién hoy día quiere dedicarse a la agricultura o la ganadería? son trabajos muy duros y muy mal pagados. Por otra parte, seamos serios, no se van a instalar empresas tecnológicas en los pueblos pequeños, básicamente porque las ciudades son más proclives a ellas, están cerca de las universidades, mejor comunicadas y salen más fácilmente en los mapas. Llevar pobladores a nuestros pequeños pueblos de Teruel o Soria pasa por crear nuevos trabajos que solo puedan desempeñarse en esos entornos y eso requiere mucha imaginación y no solo una distribución del trabajo disponible o de implantación de las nuevas tecnologías.
una reseña muy interesante de un libro que no obstante no me llama la atención