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En este blog encontraréis reseñas, relatos, además de otras secciones de opinión, crítica, entrevistas, cine, artículos... Espero que os guste al igual de todo lo que vaya subiendo.

martes, 19 de enero de 2021

RESEÑA: Berg.

 BERG


Título: Berg. 

Autora: Ann Quin (Brighton 1936-1973). En 1964 publicó su primera novela, Berg, a la que siguieron Three, en 1966, Passages, en 1969 y Tripticks en 1972. Procedente de una familia de clase obrera, fue una figura destacada dentro del movimiento de escritores experimentales británicos de la década de 1960. Poco después de la publicación de Berg, fue galardonada con la beca H.D. Lawrence y vivió dos años en Estados Unidos; allí entró en contacto con grupos hippies y experimentó con numerosas drogas. Después pasó un tiempo en Irlanda y Suecia, donde fue internada en un hospital psiquiátrico. De vuelta a Reino Unido, con una salud mental deteriorada, trabajó como secretaria. Las altas dosis de litio que se suministraba a diario mermaron sin duda su capacidad creativa, por lo que trató de reducirlas. Volvió a Brighton para estar con su madre y allí, una tarde de agosto de 1973, un pescador la vio quitándose la ropa y metiéndose desnuda en el mar. Una semana después se encontró su cuerpo en la costa. 


Editorial: Malas Tierras. 

Idioma original: inglés. 

Sinopsis: "Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre." Con esta frase comienza la aclamada primera novela de Ann Quin, cuya obra se ha comparado con la de Samuel Beckett o Nathalie Sarraute. Alistair Berg, un hombre de mediana edad y personalidad obsesiva, descubre el paradero de su padre, del que hacía años que no tenía noticias pero que nunca ha dejado de estar presente en los comentarios de una madre sobreprotectora. Sin revelar su identidad, Berg alquila una habitación contigua a la que su padre comparte con Judith, una mujer mucho más joven que él con la que mantiene una relación bañada en alcohol y salpicada de discusiones. Así, en medio de una espiral de seducción y violencia, Berg tratará de llevar a cabo su propósito enfrentándose a unos personajes secundarios - un gato, un periquito, un muñeco de ventrílocuo y una madre omnipresente - tan absurdos como el humor con el que Quin configura esta obra maestra de la narrativa de vanguardia. 

Su lectura me ha parecido: retorcida, perturbadora, con unos personajes que caminan entre la cordura y la locura, voyeur, divertida (a su manera), compleja, desasosegante, exigente, idónea en tiempos de avasallamiento editorial... Cuando todas y todos estuvimos encerrados entre las paredes que conformaban nuestras Manderleys particulares - lo sé, me puede mi pasión por las novelas de Daphne du Maurier - observábamos, apesadumbrados, como negocios de toda la vida bajaban la persiana para siempre. Lo cual, a los letra heridos nos preocupó enormemente dado que, tras esa carnicería cuyos dueños parecían haber fundado el barrio, esa cafetería en la que te llevas tomando ese delicioso chocolate con churros desde que tienes uso de razón o esa reliquia atemporal llamada "paquetería", podía ser el fin también de esa librería céntrica, de privilegiado enclave que lleva abierta desde antes de la Guerra Civil. Las editoriales, en un esfuerzo sin precedentes, comenzaron a dinamizar sus canales de comunicación, avanzando en algunos casos, todas esas novedades que por culpa de la Covid-19 no iban a encontrar lectores hasta que se levantasen las restricciones. Portadas bellísimas, grosores apetitosos e historias, por entonces, huérfanas de ávidos lectores que las supieran apreciar. Entre la incertidumbre y el temor a la desaparición de sellos muy queridos, así como de los templos que se encargan de custodiarlos y venderlos, convivimos durante meses hasta que, un buen día, pudimos salir a la calle. Primero fueron las más pequeñas, en las que los aforos eran fácilmente controlables - lo cual favoreció a todas aquellas librerías de barrio que aguardaban pacientemente su apertura - y a medida que iban pasando los meses, en consonancia con una política de desescalada no exenta de polémica, fueron abriendo el resto, hasta llegar a las grandes superficies. Los tiburones mediáticos estaban listos para comerse a los más humildes, o al menos a seguir intentándolo. Poco a poco las estanterías, recubiertas de una tela de polvo durante los meses de confinamiento, comenzaron a acoger las novedades más acuciantes. El proceso fue rápido, demasiado tal vez, como si las editoriales quisiesen librarse por fin de aquellos títulos guardados en almacenes tras pasar por imprenta. Por fin dejarían de ser fantasmas, pesadillas, recuerdos de un mal sueño para convertirse en preciados tesoros literarios. Sin embargo, los grandes grupos, así como los omnipresentes autores de siempre comenzaron a ganar más y más terreno, desplazando a todos aquellos que, desde una valentía digna de reconocimiento, decidieron apostar por clásicos - universales o contemporáneos - voces nuevas dentro de nuestro panorama literario, así como épicos rescates - con sus correspondientes traducciones - en un intento por acercar al lector historias en los márgenes, alejadas de lo comercial, con gran impronta estilística. La novela que hoy reposa sobre mis manos de nuevo es un claro ejemplo de ello. Llegó en el verano del 2020, cuando las mascarillas se hicieron obligatorias y la mayoría de novedades editoriales se habían quemado a la velocidad del rayo. Cuando todos deseábamos redescubrir nuestro país al tiempo que la literatura seguía recordándonos que, por muchas protecciones que tomásemos, seguíamos estando expuestos al virus del momento y a otra clase de enfermedades como el resentimiento o la venganza; ambas muy presentes en el libro. Berg: el secreto mejor guardado de la literatura británica. 


El Londres de la década de los 60 era una ciudad abierta, vibrante, deseosa de superar las secuelas que la Segunda Guerra Mundial había dejado en su paisaje físico y social. Un lugar donde acudían todos los jóvenes venidos de cualquier parte del país en busca de libertad, ambición y hambre creativa. Cualquier trabajo, por simple que fuera, les daba para cortar dependencias familiares - ahora mismo esto es casi imposible - y mudarse a la gran urbe para vivir, cuanto más lejos mejor, de lo que hasta ese momento había sido su existencia. La revolución juvenil estaba en auge, al igual que el LSD, los roqueros, los primeros hippies y la música Jazz. No es de extrañar que, al rededor de estos nuevos estilos de música, así como de los inicios de lo que años más tarde se conocerá como contracultura, surgieran numerosos grupos de intelectuales que buscasen precisamente eso, desquitarse de las antiguas formas para innovar a a través de disciplinas tan diversas como la literatura, el teatro o el cine por ejemplo. Ann Quin, autora de la presente novela, fue una de aquellas jóvenes integrantes del Swinging London. Procedente de Brighton, tradicional retiro de la jet set inglesa de principios de siglo XX y en la década de los 60 paraíso vacacional para la creciente clase media británica, Quin pronto destacó como una de las escritoras más potentes y subversivas del panorama literario inglés. Todo ello gracias a la publicación, a los 28 años de edad, de Berg, una de las óperas primas más impresionantes que he leído en años. Su trama es bien sencilla: Greb, en realidad llamado Berg, es un vendedor de tónicos capilares, obsesivo y que todavía vive con una madre extraordinariamente sobreprotectora (rayando el delirio) que, en aras de cumplir con su particular vendetta - buscar a su padre para matarlo - se enreda en una serie de situaciones de las que difícilmente puede escapar. A priori, si nos atenemos a la breve sinopsis que aquí os planteo, puede parecer el típico Thriller Policial de palo. Pero lo que de verdad encontramos en Berg es precisamente una sátira tanto al género policiaco por un lado como de las tragedias clásicas de la antigua Grecia por otro. Si, en primer lugar, en una novela protagonizada por Sherlock Holmes, por citar el ejemplo más clásico, la trama gira entorno a un misterio por resolver, en el libro de Quin el misterio parece estar resuelto y además no parece consumarse. Y en segundo lugar, si en las obras de teatro de Sófocles o Esquilo los personajes hayan la redención a través de las desgracias que sufren por su justo castigo a las malas acciones cometidas, en Berg, a pesar del sufrimiento de los protagonistas, la autora les niega su trascendencia y cualquier posibilidad de enmendar los errores perpetrados. Todo es sorpresivo en Berg, desde esa inversión de lo tradicional - en cuanto a géneros literarios se refiere - a esa intención inminentemente experimental - mezclando los pensamientos alucinógenos de Greb-Berg con unos párrafos de oscura belleza - pasando por los diversos elementos surrealistas que aparecen a lo largo de la novela - el muñeco ventrílocuo que siempre acompaña a la madre del protagonista - así como los más grotescos - ojos de cristal, la taxidermia, ese tabique que cruje o las manchas de extrañas formas que hay en la pared -. Pero sobre todo ello, lo que a mi juicio (siempre subjetivo y muy personal) hace de esta novela una experiencia lectora única: lo autobiográfico entre lo irreal. 


Si nos quedásemos en la superficie de la crítica, nos referiríamos a Berg como una novela experimental a muchos niveles, además de poseer uno de los inicios más potentes de cuantos existan en la literatura - lo cual es absolutamente cierto -. No obstante, debemos sumergirnos en sus profundidades, bucearlo, explorarlo, para descubrir que Berg (lejos de ser una lectura que por su estilo exige un plus de exigencia al lector) es la propia historia de su autora, o al menos de algunos retazos de su vida antes de la escritura del presente texto. Para empezar, y a pesar de que no se especifica en ningún momento, los lectores han acabado por enmarcar la trama en Brighton. Una ciudad en temporada baja tras el verano y en la que, precisamente, nació Ann Quin en el año 1936. Siguiendo este rastro autobiográfico, como si de las miguitas de pan de Hansel y Gretel se tratasen, nos percatamos de las similitudes entre el protagonista (ese Berg oculto bajo el nombre de Greb) y la propia autora. Ambos surgidos de entornos humildes, ambos con conflictos e inquietudes internas comunes, ambos marcados, por un lado, por la férrea presencia materna, y por el otro, por la ausencia del padre. Obviamente Ann Quin llevó ambos aspectos hasta el límite de lo perturbador y lo moralmente reprochable. En el caso de la madre, Edith, retratándola como una mujer dolida por el abandono de su marido e invadida por una especie de sobreprotección casi enfermiza respecto al personaje de Greb-Berg. Como si se transformara en una de las arañas de Louise Bourgeois cada vez que la independencia de su hijo, y por tanto, la temida soledad acechan en el horizonte. De hecho, es tal el poder que ejerce Edith sobre su hijo que, una vez asumida su precaria independencia, éste no consigue quitarse su rostro, sus costumbres y palabras de la cabeza. Respecto al padre, el protagonista lo encuentra alcoholizado, deambulado por los muelles del puerto y conviviendo con Judith, su joven amante, con quien discute a todas horas. En un intento por llevar a cabo su venganza, como consecuencia de los años de abandono paterno, Greb-Berg se instalará en un una habitación pegada a la de los dos amantes. Es allí donde, a través de un endeble tabique y cierto voyerismo, irá escuchando sus conversaciones y retrasando el plan inicial a la espera de seguir descifrando lo que sucede al otro lado, entre gritos y caricias, entre cristales rotos y gemidos. Las críticas de su tiempo señalaron la falta de realismo en su relato si su intención, como acabamos de apuntar, era de hablar de sí misma a través de un personaje inventado. Sin embargo, y contrariando a dichas plumas, sostengo que el estilo empleado (ya sea más tangible o más irreal) es totalmente aceptable siempre que el mensaje llegue a buen puerto. Y es que más allá de todos los ornamentos y la historia en la que Greb-Berg se va enredando él solo, Berg cuenta, en última instancia la dura experiencia de crecer sin padre en la Inglaterra de postguerra, una Inglaterra que buscaba sanar las heridas, al igual que sus habitantes, sumidos en una depresión posbélica con sabor a patata cocida. Dicho esto, sólo me queda aplaudir a las editoriales Malas Tierras y a Underwod - ambas unieron fuerzas para reeditarlo de la mejor forma posible - y animaros a traspasar el umbral de las novedades para husmear en la estantería. A lo mejor salváis un libro del peligro de ser olvidado. 

Berg: una historia de obsesión, malévolos planes, sexo, intriga, amor materno, sátira, humor negrísimo, ausencia, decrepitud... La exigencia nunca trajo mejor recompensa. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Un hombre llamado Berg, que cambió su nombre por Greb, llegó a una ciudad costera con la intención de matar a su padre."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Malas Tierras

3 comentarios:

  1. una reseña muy interesante, aunque el libro del que nos hablas no ha conseguido convencerme.

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  2. No conocía este libro ni a su autora. Me has dejado con mucha curiosidad. Apuntado.
    Besotes!!!

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  3. Vaya pues con tu reseña me ha picado la curiosidad este libro. Un beso

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