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martes, 8 de junio de 2021

RESEÑA: Una chica es una cosa a medio hacer.

 UNA CHICA ES UNA COSA A MEDIO HACER


Título: Una chica es una cosa a medio hacer. 

Autora: Eimerar McBride (Liverpool, 1975) se mudó a Irlanda cuando tenía tres años. Creció en Tubbercurry, vivio en los condados de Sligo y de Mayo, y finalmente se mudó a los diecisiete años a Londres, donde estudió en el Drama Centre. A la muerte de su hermano, hizo un viaje a Rusia y comenzó a escribir. La intimidad que estableció con el lenguaje le condujo a una revelación y recuperó el gaélico como lengua literaria. Una chica es una cosa a medio hacer representa su debut literario y fue escrita en tan solo seis meses, cuando Eimear McBride contaba veintisiete años de edad. Tras casi una década sin encontrar editor, la novela apareció en un pequeño sello independiente inglés, Galley Beggar, y constituyó una de las mayores sorpresas de la temporada editorial inglesa, alzándose con el premio Desmond Elliot, el Baileys Women´s Prize for Fiction, el Kerry Group Irish Novel of the Year y el Geoffrey Faber Memorial Prize. Más tarde se publicaría en Estados Unidos, de la mano de la prestigiosa editorial Coffe House Press, hasta ser fichada por Faber & Faber. Su segunda novela, The Lesser Bohemians (2016), se hizo con el premio James Tait Black Memorial Prize, y fue selecionada para los premios Goldsmith y RSL Encore. En 2020 ha publicado su tercera novela, Strange Hotel. Ha prologado libros de la destacada escritora y poeta rusa Anna Ajmatóva y de la irlandesa Edna O´Brien, y es colaboradora habital en medios como The Guardian, TLS y The New Stataesman. Actualmente vive en Norwich junto a su marido y su hija. 


Editorial: Impedimenta. 

Idioma original: gaélico. 

Traductor: Rubén Martín Giráldez. 

Sinopsis: una novela deslumbrante sobre los pensamientos, el despertar sexual y la incomodidad de una chica irlandesa que se precipita hacia la edad adulta, mientras se dirige continuamente a un "tú": su hermano menor, gravemente enfermo. El trauma de la enfermedad recorre el texto con brutal detalle, y el tono desafiante y la atmósfera angustiosa, debido a la fe católica inquebrantable de su madre, se funden para alumbrar una manera de relacionarse con el mundo poderosa y extrema. Un relato feroz que no nos habla del vivir, sino del sobrevivir. 

Su lectura me ha parecido: densa, abrumadora, a ratos dolorosa, violenta, extrañamente original en las formas, outsider, desestructurada (o desmembrada), rota, un torrente oral en busca de impacto... A lo largo de todo este tiempo han sido muchas las novelas leídas. Es tal el número de ficciones que han pasado por mis manos, reposado en cualquier parte de mi casa - incluso en los lugares más insospechados - y que han acabado encontrando su hueco, como si de un privilegio se tratara, en mi adorada estantería que es imposible fijar una cifra concreta. Sé que no soy la única, aunque haya quien se sorprenda de mi voraz apetito lector, glotón desde la adolescencia y que he acabado perfeccionando hasta convertirme en una suerte de gourmet literaria. Hace tiempo que para mi no todo vale, ni siquiera aquella saga de entregas policíacas nórdicas que con gran apetito engullía como si de Donuts se tratasen o aquella novela histórica, una de las que acabó por convencerme que estudiar Historia y no Derecho, era la mejor de las opciones, que degusté apasionadamente, tanto que acabé gastando el propio papel de tanto releer las mismas páginas una y otra vez. Ahora, aunque muy de vez en cuando aún me sorprendo observándolos con cierta nostalgia o acudiendo a aquellos pasajes que en su momento tanto me aportaron, son otras lecturas las que han acabado formando mi corpus, mi estructura, mi razón de ser como escritora en continuo aprendizaje y como lectora incapaz de negar la sofisticación de la palabra. Los ojos me hacen chiribitas con aquella trama que, aunque típica, me conduzca por caminos nunca antes transitados. Con ese lenguaje rico sin ser pretencioso, gustoso en lugar de rimbombante, dulce pero sin pasarse con el azúcar. Con ese paisaje henchido de belleza que se rompe llenándose de suciedad y desasosiego. Con esos diálogos que te transportan de la carcajada más estridente al borde de los párpados empapados. Con esos personajes, o ese personaje, tan carismático en lo excesivo pero también en lo intimista, los dos extremos me valen. Y sobre todo, con la última cucharada, con ese botón del pantalón desabrochado, las ganas de repetir a sabiendas de que ha sido toda una experiencia intelectual. Respecto a la novela de la que hoy tengo el placer de hablaros costó hincarle el cubierto, demasiado tal vez, como si de un filete de solomillo excesivamente hecho se tratase. Para después dejarme fluir, en su acidez y amargura, entre sus muchos matices sensoriales. Dejando muy claro, a pesar de todo, que hay que seguir la pista a su autora, Eimear McBride, aunque solo sea para comprobar si seguirá por esta atrevida estela o, por el contrario, sucumbirá a formas más convencionales. Una chica es una cosa a medio hacer: enfermedad, carne, infancia robada y Dios. 


Una historia ambientada en la Irlanda más rural, en la que el catolicismo todavía sigue rigiendo la vida de sus habitantes más allá de cualquier cuestionamiento ateísta o moral, donde asistimos a la historia de una protagonista a la que arrebatan, de golpe y porrazo, la inocencia de los trece años, a su correspondiente huida, a las secuelas del trauma y, por si fuera poco, con uno de los títulos más perturbadores y originales que he visto en años. Yo no sé vosotros pero poco tardé en hacerme con él, así como abrirlo por la primera página. El susto vino en el primer párrafo, cuando me topé con palabras sueltas, frases extremadamente cortas y puntos seguidos que, con rabia, parecían escupir sobre la cara del lector. Y sin embargo, llenos de poesía, como si a pesar del pequeño tropiezo, aún existiese algo de esperanza en el texto. De hecho, no pude evitar sentir, en última instancia, que estaba ante una novela que me recordaba a aquellos primeros escritos de adolescencia. Cuando tiendes a enfatizar una acción o cualquier sentimiento a través de la forma, como si la máxima de "cuanto más cortas sean las frases mejor" sirviese para todos los textos. La ternura, entonces, se apoderó de mi. Sin embargo, a esas primeras líneas les siguieron las demás y la novela continuaba con el mismo estilo, acentuándolo más, como si del momento cumbre de una Ópera se tratara, conforme se aproximaba al final. Estaba dentro, vaya si lo estaba, pero para mi gusto la fórmula empleada - tan valiente como arriesgada - acaba resultando un agitado maridaje entre densidad, sorpresa y necesidad de reposar la lectura por miedo a desear tirar la toalla. A pesar de todo, y esto hay que comentarlo, el ejercicio literario que Eimear McBride lleva a cabo en Una chica es una cosa a medio hacer es brutal, a la altura de aquellas plumas curtidas en trabajo, años de práctica y cierto don que solo se le concede a unos pocos. Cuesta creer que la autora británica - aunque de corazón irlandés - tardase tan solo seis meses en escribirla ya que, todo en ella, es superlativo. Esa fragmentación (bella y cruda al mismo tiempo), esa sensación de inconexión (como si te estuviese contando mil cosas y una al mismo tiempo) y, sobre todo, esa ausencia de sintaxis (ante la que cualquier lector inexperto hubiera pedido socorro a gritos) confieren al texto una originalidad digna de aplaudirse, aunque también el peligro de no ser comprendida por el gran público. De hecho, creo que el mayor error es precisamente ese, el de no advertir de que Eimear McBride juega en otra liga, en una superior a las formas del Best Seller. Pensad que se la ha llegado a comparar tanto en tradición como en escritura con nada más y nada menos que James Joyce y Edna O´Brien. Dos titanes, a su manera, de la literatura Irlandesa, que poco tienen que ver el uno con el otro - sobre todo si tenemos en cuenta que Joyce directamente es la liga en mayúsculas - pero que, sin embargo, han sabido, al igual que McBride dejar patentes sus sellos personalísimos, así como de su visión de Irlanda muy cercana a la contemporaneidad de los propios autores. Si no avisas, si no alertas de la complejidad de la misma, el batacazo puede ser memorable. Por suerte, en mi caso no fue tan aparatoso. Pero pudo haberlo sido de no haber existido una trama lo suficientemente potente como para que el lector no lo abandonase a la primera de cambio. Ahogado en la plomiza lluvia y el verdoso paisaje irlandés. 

Si hemos dicho que la revolución - por emplear un término más o menos conveniente - se produce en la forma de contarnos la historia, el contenido no puede ser más clásico, aunque positivamente osado también teniendo en cuenta lo que se está narrando. No hay que pasar por alto que a McBride le costó diez años encontrar una editorial que se atreviese a publicar la presente novela. Quiero pensar que el envoltorio no convencería a muchos editores, sin embargo, me apuesto lo que sea a que el narrar un tema tan delicado como el abuso sexual en la infancia, además de ofrecer una visión pésima y crítica del fervor católico, no sentaría muy bien a una Irlanda que, aún en los años 70, seguía - y sigue - muy apegada a algunas de sus tradiciones más arraigadas. El éxito posterior una vez hallada la editorial - independiente, por supuesto - que puso los medios para que ésta viera la luz resulta un acto de verdadera justicia poética, pero también de que los tiempos estaban cambiando, al igual que la sociedad, la cual ya no estaba dispuesta a callar según que ciertos comportamientos hasta entonces asumidos, ocultados y que teñían de impunidad a los verdaderos culpables. En Una chica es una cosa a medio hacer sabemos que estamos en Irlanda - primero en un pueblo y más tarde en una ciudad universitaria - pero desconocemos el nombre de éstas, al igual que el nombre bajo el que responden los personajes. Tampoco sabemos exactamente en que tiempo espacio temporal nos encontramos, la sola presencia de un Walkman en un pasaje en el que la autora tiene doce años nos hace una idea de que nos movemos entre mediados o finales de los 80. Esta difusa ambientación nos sumerge en un entorno que, aunque real, parece contener elementos propios de la ficción, en este caso, de la visión que tiene la propia McBride de su tierra de adopción, que no de nacimiento. Aún así, pronto aparecen los problemas endémicos que nos atan a la tierra, aquellos que supuran entre los poros de la piel, aquellos ante los cuales, en la presente novela, su autora nos convierte en incómodos personajes. Aquí el machismo grita, es lacerante y se hace presente de la forma más cruel posible, en este caso, a partir de la violación de la protagonista por parte de un familiar. Pero es que en el libro tenemos la constante presencia de la sombra del catolicismo, y de esa madre fanática, cruel y con un a tendencia a la autovictimización, cubriendo los rostros de quienes a su lado se encuentran. La crueldad es manifiesta en lo familiar, escolar, filial y hasta en lo psicológico; provocando una inestabilidad tanto en la imagen como en las palabras. Lo único que parece sostener a la protagonista, aunque ello implique estar cerca de quien la violó, en medio de tanta maldad es, paradójicamente la enfermedad, la de su hermano mayor - un tumor cerebral que irrumpe siendo aún un bebé y cuyas secuelas son patentes - único receptor de sus desahogos, ya que es a él a quien va dirigido el texto, así nos lo deja claro McBride prácticamente desde el minuto uno. Al igual que nuestra herida protagonista, en esta novela todos están, como reza el título a medio hacer, dañados por las vicisitudes de la vida o las conductas totalmente condenables amparadas siempre por una sociedad machista y tradicional que no duda en dar alas, aunque ello implique mayor sufrimiento. El padre ausente, la madre violenta, el hijo enfermo, los familiares retorcidos o la propia narradora, cuyo desamparo nos hace compadecernos de ella, querer defenderla durante su horrible adolescencia, evitar la violación, ese traumático e infernal despertar sexual que tan bien se describe en la novela. A todos les falta algo, como a la mayoría de los seres humanos: amor, afecto, reconocimiento, educación, sexo, dinero, alimento que llevarse a la boca... Un pedacito de alma sesgada que McBride, desde la originalidad estilística, ha querido mostrárnosla en su expresión más horrible. Muchas son las novelas que abordan infancias de verdadero cuento de terror pero pocas, muy pocas, consiguen hacerlo con personalidad y un arrojo casi suicida. 

Una chica es una cosa a medio hacer: una historia de enfermedad, confesiones entrecortadas, poesía, dolor insoportable, violación, inocencia robada, huidas, palizas, praderas por las que correr campo a través, lágrimas en los ojos, desmembramientos... Para Eimear McBride el infierno, al contrario que nuestro admirado Dante Alighieri, está en el camino que une la habitación de invitados con el cuarto de los niños. 

Frases o párrafos favoritos: 

"Dentro de mí. Pasándome de largo. Él. Duele. Pasado mi pecho apretados los dientes apretados mis pulmones apretados mi cerebro apretado aplastar mi sangre sabiendo adónde ir mi corazón para cuando bien puede pasar el tema. Hacer que. Me haga. Y le doy (...) Soy un amasijo de sangre y vergüenza."

¡Un saludo y a seguir leyendo!

Cortesía de Impedimenta

3 comentarios:

  1. Me descubres novela y a su autora. Y si en principio no me llamaba mucho la atención, todos los matices que descubres con tu lectura me han despertado mucha curiosidad.
    Besotes!!!

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  2. no conocía a esta autora pero con tu reseña me dejas claro que debo prestarle atención, pues que te comparen con Joyce es de ser realmente un portento literario.
    Una reseña excelente.

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